El tráfico de influencias es hijo legítimo de la corrupción, pero también es un tipo penal virgen, puesto que está en los estatutos penales de Latinoamérica desde hace muchos años como acá en Ecuador desde el año de 1985 como una modalidad del peculado y hoy como delito autónomo; sin embargo, las estadísticas judiciales no arrojan datos de este tipo de delincuencia de cuello almidonado.
El primer caso emblemático de tráfico de influencias, que sonó con bombos y platillos, fue el proceso en contra de la asambleísta Sofia Espín, y en diciembre del 2019 el juez de la Corte Nacional, Iván Saquicela Rodas en términos profanos, para que entienda el habitante de calle, el ciudadano de a pie, mandó al archivo, en buen romance, un delito de cuello blanco que quedó en la impunidad. Entonces me viene a la mente un comentario de un político cuencano en el año 2006 que dijo a un periodista Un penalista afirma que cuando se condena públicamente, puede juzgar, sentenciar el juez, Dios puede perdonar, pero no una condena pública”. Y es que el autor de la frase es hoy un juez con toga y mallete y tiene bien claro que su Dios a lo mejor le perdonó, pero su pecado está en la memoria colectiva.
En este tipo de delito lo que se sanciona es influir prevaleciéndose, es decir, abusando de una situación de superioridad originada por cualquier causa. Se trata de un verdadero ataque a la libertad del funcionario o autoridad que tiene que adoptar, en el ejercicio de su cargo, una decisión, introduciendo en su motivación elementos ajenos a los intereses públicos, lo que supone un factor de incremento del riesgo de desviación de la función pública. Y esa es la constante en la vida pública y judicial del país, tan es así que por un chiripazo la Fiscalía General del Estado está acusando a dos Vocales del Consejo de la Judicatura y a un juez por ese delito. La iniciativa de la Fiscal General queda corta frente a la realidad, hay bastante en donde hurgar para combatir a ese tipo de corrupción.
Tan es así, que el violador de una adolescente en la franciscana Cuenca, sale indemne, cuyo delito se cometió en el departamento del influyente personaje de la política y justicia ecuatoriana, ya que existiendo una petición de acusación formal por parte del fiscal, éste se retracta haciendo el favor a quien recobra el poder y lo peor de todo la jueza, garante de derechos, también le hace la venia al poder, ya que había señalado fecha para la audiencia de formulación de cargos, pero no inicia la misma. Eso es tráfico de influencias que conlleva impunidad y una víctima más del sistema de justicia penal.
Pero no queda ahí, el defensor del victimario del delito de violación, es recomendado por el mismo influyente para que defienda a quien le ayudó en el partido político para que no le expulsen, pues el recomendado es sentenciado por despojar de la propiedad a su madre, una anciana de noventa y pico de años, de ponerle en la calle, consiguiendo primero una mal dada nulidad y luego la prescripción de la acción con la ayuda de sus subalternos, una de ellas candidata al puesto que hoy ocupa el ventrílocuo del poder político, pese a que otros jueces de la misma instancia dijeron que no había prescripción.
Al buen entendedor pocas palabras y no se diga cuando no se tiene la conciencia tranquila. La toga en cuerpo no apropiado es una deshonra a la justicia. El tráfico de influencias es hijo legítimo de la corrupción, de ahí que es bien traída la reflexión de Evo Morales: Una de las debilidades del Estado, del gobierno y del pueblo es la corrupción. El primer enemigo de los bolivianos ni siquiera es el sistema capitalista sino la corrupción.