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El Telégrafo

“El tiempo no tiene compasión de nosotros”

12 de mayo de 2013

Pasan los años y la vida adquiere todos los sentidos tras cada segundo, si se mira en la dimensión de la eternidad, para asumir que somos unos granos de arena en ese gran reloj que es la Historia. Se asume que con el tiempo no hay compasión, como dice el poema de Michel Houellebecq, pero vamos con él de la mano, al despertarnos, al dormir o al esperar el arribo o la despedida.

El tiempo es todo eso que designamos como futuro, pasado o presente. Está latente cuando pensamos o sentimos que llega la noche o cuando hacemos cosas como parte de la rutina. Es cierto, la rutina también es tiempo, una calidad del tiempo para colocarnos en una infinita repetición de los actos para acelerar lo mismo siempre.

Ahora, incluso, el vértigo adquiere mucho peso porque estamos acelerados por las urgencias. Y no medimos el valor del tiempo, ese incandescente e incontrolable peso que nos obliga a sentir que las urgencias son solo para acercarnos a los plazos y las fechas.

En estos días ocurren hechos ligados a los tiempos: se cierra la primera legislatura tras la aprobación de la nueva Constitución; se inicia su nuevo periodo bajo la conducción de tres mujeres jóvenes; en doce días empieza otro periodo presidencial de quien ya lleva en el cargo seis años (como nunca antes había ocurrido); se posesionan nuevas autoridades y funcionarios para dar seguimiento al proyecto político Revolución Ciudadana.

Son tiempos de acciones y de sentidos compuestos de urgencias y demandas; de mirar hacia el futuro todo el tiempo, con ese afán recurrente de no repetir el pasado o de corregirlo.

Pero en todo esto hay unas diferencias para reflexionar: los tiempos de la gente no son los de los políticos y mucho menos los de los medios y los periodistas.

Cuando uno asiste a un consultorio médico y observa a los pacientes, urgidos de atención, el tiempo es otro, de una calidad distinta, pensado siempre en que la vida se postergue hacia el infinito o para imaginar cuánto tiempo queda para dejar atrás la vida. Y en esas salas de espera hay un amortiguamiento de las tensiones que en la calle y en los medios observamos como el último motivo para permanecer en la Tierra o en la convivencia.

Las miradas de los pacientes son profundas, contemplando en el horizonte muchas posibilidades y oportunidades.

En cambio, el tiempo de los políticos y de quienes fungen de tales (porque se revisten de periodistas, analistas y hasta de académicos) es de una calidad no siempre excelsa. Por lo menos ahora hay políticos ejerciendo funciones que miran el tiempo desde las planificaciones y de ciertos proyectos de largo plazo. Y por eso la extensión de la permanencia en el poder también asume otras connotaciones.

No se trata de “disfrutar” de las mieles del poder como dicen dos radiodifusores cada vez que intentan calificar el ejercicio del poder. (Puede ser que lo único que miran, desde sus rincones, es lo que añoran).

El tiempo de los políticos y de la política adquiere esa pesadumbre de no ver concretados sus anhelos y sus objetivos y de intentar armonizar tantos intereses para que el del bien común sea el único que prevalezca. Y por eso no siempre van a coincidir los tiempos de esos pacientes de los consultorios médicos con los de los políticos.

¿Y cómo conciben el tiempo los medios y los periodistas?

Ajeno por convicción a muchas de las tensiones que una lógica comercial y urgentista ha poblado las redacciones y las cuentas de los medios, asumo que el tiempo de los medios es el más perverso y cruel: nadie quiere perder la oportunidad de ser el primero en informar y si para eso hace falta someter muchos principios y hasta valores de la gente (de esa de los consultorios médicos) y de los políticos (siempre que hablemos de aquellos responsables que hacen bien su trabajo). Los famosos “cierres” (cuando los periódicos se imprimen, los noticieros se abren o las ediciones están listas en los distintos formatos o registros mediáticos) juegan con el tiempo más perverso. Y ahí caben todas las decisiones marcadas e impuestas por el tiempo. Por eso hay titulares y contenidos fallidos o entendidos como la respuesta inmediata a una compulsión para salir primero que el resto con lo que supuestamente los demás no van a informar como nosotros.

Los maestros del periodismo aconsejan no salir con algo que no esté confirmado o bien contextualizado. ¿Y ahí no se pierde el sentido de oportunidad y de inmediatez que supuestamente caracteriza al periodismo? No, por eso hay periodistas que con el afán de ser leídos como los únicos que hablan y dicen lo que los demás no saben, pueden descalificar el trabajo de muchos años de científicos, académicos, políticos y de la misma gente que sueña en otros tiempos, más humanos y con mejor sentido de la realidad.

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