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El Telégrafo
Daniel Soto

El tiempo es relativo cuando se trata de tecnología

20 de agosto de 2021

Comprender algo nuevo y revolucionario nunca es fácil, pero cerrarse o demorarse tanto en aprender tampoco es algo que nos podamos permitir con tanta naturalidad. Mientras el mundo avanza aprovechando la tecnología blockchain, en Ecuador, las ventanillas de instituciones públicas y privadas nos siguen pidiendo la firma física, en papel, con bolígrafo de tinta color azul

La primera vez que escuché sobre el Bitcoin era el primer trimestre del 2017, uno de mis amigos más cercanos empezó a hablarme de conceptos completamente desconocidos para mí, aquí en confianza, hasta me dio vergüenza no entender lo que me decía: mineros, billeteras virtuales, Bitcoins, criptomonedas, tecnología de cadenas de bloques, monedas digitales, holders, traders, todo era idioma marciano, creo que hasta me dio ansiedad de escuchar tantas cosas nuevas y sentirme un completo ignorante del tema. -Calma-, me dije, - si alguien lo entiende, yo también puedo entenderlo-, le pedí a mi amigo sus fuentes de lectura, hablé con sus contactos, me decidí por aprender. Gracias a su infinita paciencia, sumado un esfuerzo de humildad de mi parte, lo logré, no sin antes leer varios artículos de internet y ver decenas de vídeos de Youtube. Parecía un futuro extremadamente lejano, el futuro del mundo. Al mismo tiempo, en Ecuador el papel seguía siendo el único documento socialmente aceptado para demandar garantías.

Era una locura, su precio bordeaba los 900 dólares, tres meses después, el valor se había duplicado, -si hubiera comprado algo, habría ganado el doble-. Era una explosión de información, las palabras inversión, riesgo, peligro, pirámide, estafas, estaban siempre en todos los chats de WhatsApp que se creaban para difundir el comercio de criptas en la comunidad, la información acerca del tema era muy valiosa, y por lo tanto reservada, sólo podía pensar en que estábamos viviendo la segunda fiebre del oro. A finales del 2017 su precio era 20 mil dólares. Mientras tanto, Rafael Correa intentaba promocionar el uso del dinero electrónico, dólares respaldados en dólares pero que no se movían de las cuentas del Banco Central para no deteriorar los billetes. Un avance. Lastimosamente la sociedad desconfiaba del hecho tanto como de su promotor, así que su destino fue morir sin siquiera tener sus 15 minutos de fama.

Durante el 2018 el mundo evolucionó, las criptomonedas tomaron el protagonismo de la opinión económica: que sí vale, que no vale; que es bueno, que es malo. Mientras tanto, yo veía a gente pagar con tarjetas de crédito que descontaban el saldo de la cuenta en Bitcoins para pagar a los establecimientos en dólares, todo eso en mis narices. Ciertos países se lo tomaron en serio y rápidamente emitieron políticas de aceptación y regulación, algunos vanguardistas aceptaron el pago de tributos en Bitcoins. En Ecuador yo luchaba por convencer a las dignidades estatales de que la firma electrónica era válida, que tenía el mismo peso probatorio que la firma física, lo decía la Ley (inserte aquí el meme del planeta de los simios).

Durante el 2019, luego de que el Bitcoin cayera hasta los 3 mil dólares y se recuperara a mediados del 2020 con un valor de 10 mil, los chats de Whatsapp reventaban con ofertas de compra y venta de todo tipo de criptomonedas, pero también de advertencias y denuncias de de estafas. En parte las estafas reinaban por la poca difusión de información oficial o pronunciamientos gubernamentales. En los grupos se veían fotos de personas calificadas como estafadores, incluso en los chats de Latinoamérica se enviaban fotos de personas que habían estafado a decenas en Perú o Colombia, ecuatorianos decían haber hecho negocios con ellos, se agradecía la información y se los expulsaba de los grupos. Esa fue la única forma que encontró la sociedad ecuatoriana para prevenir las estafas. La falta de conocimiento y el exceso de confianza fueron en realidad el factor principal, no eran culpa de las criptomonedas.

Nos falta educación digital difundida de manera oficial. Estoy seguro de que los altos mandos gubernamentales de aquel entonces se servían personalmente del uso de criptomonedas pero nada hacían para analizarlo desde sus funciones públicas, poco o nada dijeron como presidentes o directores de poderes estatales sobre el impacto macro económico en la sociedad. Me pregunto cómo puede permanecer sin hacer nada tan plácidamente un gobierno, al ver que se involucran nuevas tendencias en el mercado, peor cuando se trata del mercado de capitales. Los ciudadanos tienen derecho a la protección, promoción y regulación de nuevas tendencias. Se se merece al menos que el Estado se pronuncie oficialmente, que demuestre que desde su posición privilegiada de acceso a la información, está haciendo esfuerzos para entenderlo algún día. Se hizo poco y así seguimos hasta ahora.

A la fecha y hora en que se escribe esta columna, un Bitcoin cuesta más de 46 mil dólares, miles de proyectos blockchain respaldan transacciones sobre certificaciones ambientales, contratos de seguros, hasta los juegos de video tienen su propio blockchain. Al mismo tiempo, en algún juzgado de Ecuador se está llevando a cabo una diligencia presencial para reconocer firma y rúbrica de una firma electrónica.

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