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El Telégrafo

El sur es nuestro norte

30 de mayo de 2012

La percepción sobre el mundo de los pobres está cambiando. Anteriormente se los llamaba “subdesarrollados” porque el criterio de civilización y progreso era el desarrollo industrial y financiero de los países del “Primer Mundo”. Al nivel eclesial la visión era parecida: a los pobres se les hacía la caridad. Se pensaba que el desarrollo capitalista y la caridad humillante eran los caminos de la salvación material y espiritual.

Hace más de 50 años, Cuba sacudía el yugo del dictador de turno. Por esta misma época el papa Juan 23 llamaba a un concilio para poner la Iglesia al día. Los pobres despertaban tanto en la sociedad como en las iglesias. Descubrían que la pobreza y la miseria no eran una fatalidad ni un don de Dios, sino el resultado de estructuras de despojo organizadas por el sistema capitalista: los pobres se autollamaron los “empobrecidos”. El Concilio orientaba a los cristianos a redescubrir al hombre Jesús, su opción por los pobres y la edificación del Reino de Dios a partir de ellos.

Los grandes documentos eclesiales de los obispos latinoamericanos reconocieron “el potencial evangelizador y liberador de los pobres”. En 1979, en Puebla, México, los obispos invitaban “a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo”. En esos mismos años, monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador -asesinado por su opción por los pobres-, declaraba: “El pueblo es mi profeta”. Monseñor Leonidas Proaño, obispo de Riobamba fallecido en 1988, proclamaba que “su universidad habían sido los pobres”, y más particularmente los indígenas.

Hoy el sistema capitalista agoniza y los países autollamados “desarrollados” se hunden en una crisis financiera, material y espiritual sin precedente. Por culpa de este mal desarrollo, la contaminación cambia el clima de todo el planeta, la destrucción de la naturaleza es superior a su capacidad de reponerse, el desempleo es una catástrofe humanitaria, las invasiones militares llamadas “preventivas” son más mortales que las guerras convencionales…

Frente a este callejón sin salida, los pueblos indígenas y los pobres de nuestro continente abren caminos de esperanza y de fe, capaces de reorientar las opciones políticas y religiosas. San Pablo lo escribía: “Dios ha escogido lo que el mundo tiene por débil para avergonzar a los fuertes”.

Es tiempo de confirmar que el sur es nuestro norte.

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