La percepción sobre el mundo de los pobres está cambiando. Anteriormente se los llamaba “subdesarrollados” porque el criterio de civilización y progreso era el desarrollo industrial y financiero de los países del “Primer Mundo”. Al nivel eclesial la visión era parecida: a los pobres se les hacía la caridad. Se pensaba que el desarrollo capitalista y la caridad humillante eran los caminos de la salvación material y espiritual.
Hace más de 50 años, Cuba sacudía el yugo del dictador de turno. Por esta misma época el papa Juan 23 llamaba a un concilio para poner la Iglesia al día. Los pobres despertaban tanto en la sociedad como en las iglesias. Descubrían que la pobreza y la miseria no eran una fatalidad ni un don de Dios, sino el resultado de estructuras de despojo organizadas por el sistema capitalista: los pobres se autollamaron los “empobrecidos”. El Concilio orientaba a los cristianos a redescubrir al hombre Jesús, su opción por los pobres y la edificación del Reino de Dios a partir de ellos.
Los grandes documentos eclesiales de los obispos latinoamericanos reconocieron “el potencial evangelizador y liberador de los pobres”. En 1979, en Puebla, México, los obispos invitaban “a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres, como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo”. En esos mismos años, monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador -asesinado por su opción por los pobres-, declaraba: “El pueblo es mi profeta”. Monseñor Leonidas Proaño, obispo de Riobamba fallecido en 1988, proclamaba que “su universidad habían sido los pobres”, y más particularmente los indígenas.
Hoy el sistema capitalista agoniza y los países autollamados “desarrollados” se hunden en una crisis financiera, material y espiritual sin precedente. Por culpa de este mal desarrollo, la contaminación cambia el clima de todo el planeta, la destrucción de la naturaleza es superior a su capacidad de reponerse, el desempleo es una catástrofe humanitaria, las invasiones militares llamadas “preventivas” son más mortales que las guerras convencionales…
Frente a este callejón sin salida, los pueblos indígenas y los pobres de nuestro continente abren caminos de esperanza y de fe, capaces de reorientar las opciones políticas y religiosas. San Pablo lo escribía: “Dios ha escogido lo que el mundo tiene por débil para avergonzar a los fuertes”.
Es tiempo de confirmar que el sur es nuestro norte.