Como los duendes, presentes en “Las mil y una noches”, las brujas no son exclusivas del mundo nórdico. Esto a propósito de estas fechas que se vuelven más comerciales, olvidando el antiguo significado: prácticas y saberes profanos perseguidos por la Iglesia, desde todos los tiempos (para no hablar de la Inquisición).
En el norte de Ecuador existen estos seres fantásticos que son diferentes a las magas -al estilo de Harry Potter- que vuelan en escoba y usan trajes negros. Estos días los personajes del inframundo andan alborotados por la celebración de Halloween, 31 de octubre, que según el mito celta es el día donde salen los muertos.
Sin embargo, nuestras brujas tienen una clave para levantar el vuelo, con sus blanquísimos trajes almidonados, mientras extienden sus brazos: “De viga en viga / de villa en villa / sin Dios ni Santa María”. Esta invocación también está presente en el libro “Vidas mágicas e Inquisición”, de Julio Caro Baroja.
No hay que tener miedo a estas fiestas globalizadas y a los niños que piden caramelos, pero sí debemos asustarnos de olvidar a nuestras propias brujas, en el sentido de perder la memoria como pueblo. Para Lévi-Strauss los mitos son una expresión de una lógica impecable, propia de una forma de pensar distinta al racionalismo moderno, presente en culturas que tienen una lógica distinta a la lógica formal.
El triángulo de las brujas, conocidas también como voladoras, une Mira, Pimampiro y Urcuquí, donde la tradición oral aún mantiene su presencia. Según dicen, las brujas se untan en el sobaco (axila) fórmulas mágicas, donde se incluyen potentes pócimas, como aquella que se consigue frotando, con una rama de membrillo, la piel de un sapo.
La mejor manera de descubrir a una bruja es lanzarse con los brazos en cruz, para que caiga. Esos relatos también están en el libro “Memorias de Mira”, de la maestra Rosa Cecilia Ramírez, quien investiga la cultura de su pueblo.
Pero las brujas norandinas no son esperpentos con cazuelas de murciélagos, sino guapísimas muchachas que convierten a sus amantes en gallos. Eso sabía bien el abuelo Juan José, quien malignamente fue encantado en Mira, pero pudo escaparse al cabo de una semana.
Armado de valor, por los cuentos del abuelo, hace unos cinco años, emprendí la aventura de buscar el rastro de las brujas. Así, viví en el apacible pueblo de San Blas de Urcuquí durante cuatro meses. Solía, por las noches, entreabrir la ventana para mirar si las brujas se colgaban de la torre de la iglesia. Pero esa es otra historia…