El mundo es, cada vez, menos cuerdo. El vértigo, el afán desmesurado por tener dinero ha creado una sociedad donde el ocio se lo mira como sinónimo de vagancia. Es imperdonable tomarse un descanso. Nos perdemos demasiados atardeceres, nos recuerda Lin Yutang.
Po Yüchien fue un escritor chino que entendió adecuadamente el significado del ocio. En esta reseña está, por ejemplo, una referencia a no leer los sutras (antiguas lecturas religiosas) porque no ahondan más que el taoísmo, que se refiere a una filosofía del no-ser, en el sentido de para qué llenarse de preceptos si no se practican. Refiere a ese difícil instrumento, llamado chin, para decirnos que no precisa entonarlo porque en su corazón hay música. Algo evoca Jorge Luis Borges cuando dice: Las cuerdas callaron: / la música sabía / lo que yo siento.
La importancia del ocio reside –desde el punto de vista taoísta- en un sentimiento bien entendido de vagabundear. El ocio entendido como un momento vital de la intensidad de la existencia humana. En la actualidad, la vida consumista se impone: si alguien se detiene a conversar con un amigo es una hora perdida, son dólares que se esfuman. Entonces, este fragmento de Po Yüchien que tiene un valor metafórico en esta época de vértigo donde se sacrifica la condición humana:
“Soy demasiado perezoso para leer los clásicos taoístas, porque Tao no reside en los libros. Demasiado perezoso para recorrer los sutras, porque no ahondan más en el Tao de lo que parecen. La esencia del Tao consiste en un vacío, claro y fresco. Pero, ¿qué es este vacío, salvo ser todo el día como un loco? Demasiado perezoso para leer poesía porque, cuando ceso, la poesía se ha marchado; demasiado perezoso para tocar el chin porque la música muere en la cuerda donde nace; demasiado perezoso para beber vino porque allende el sueño del ebrio hay ríos y lagos; demasiado perezoso para jugar ajedrez porque además de peones se pierden y ganan otras cosas; demasiado perezoso para mirar colinas y arroyos porque hay una pintura dentro del portal de mi corazón; demasiado perezoso para afrontar el viento y la luna porque dentro de mí está la Isla de los Inmortales.
Demasiado perezoso para atender asuntos terrenos porque dentro de mí están mi choza y mis posesiones; demasiado perezoso para contemplar el cambio de las estaciones porque dentro de mí hay cortejos celestiales. Han de secarse los pinos y pudrirse las rocas, pero yo seré siempre lo que soy. ¿No es propio que llame a esto el Salón del Ocio?