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El Telégrafo

El rostro político

17 de octubre de 2011

La existencia del hombre carece de sentido si no se nutre de símbolos y valores de la comunidad social a la que pertenece. El rostro no escapa a esta regla. A través del rostro se lee la humanidad del hombre. Se impone la diferencia que distingue a uno de otro. Lo real –dice Jacques Lacan- es la mueca de la realidad. Desde esta condición, se aproxima, entonces, que el acontecimiento del encuentro con el rostro del otro es mediante una “desfiguración” en todas sus dimensiones, ya sea desde una simple mueca o tic que deforma el rostro, hasta la falta total de cara.

Por lo tanto, somos capaces de memorizar y discriminar miles de rostros, con ciertas variaciones individuales, incluso con una memoria casi infalible. Así lo puso en evidencia Cynthia Viteri, una asambleísta que manifestó que el Presidente Rafael Correa (…) esconde su cobardía en su sonrisa nerviosa. De la observación de la sonrisa, la asambleísta concluye una característica valorativa. Con el pretexto de una similitud, ella liga lo físico y lo moral.

Parece una tendencia:  si un individuo muestra una cualidad moral, su físico no está a la altura de esa suerte, o a la inversa, se imputa la cualidad física con un defecto moral. Es como si el conocimiento de los valores en la política contemporánea pasase de manera privilegiada por la mirada del rostro.

De un dicho a otro, estas correspondencias se establecen de un modo casi caprichoso uniendo la síntesis con el humor. No es nuevo que el rasgo del rostro y la psicología intente fundarse en un principio de oposición: “rostro dulce, corazón amargo”; “cara de cordero, garra de lobo”; “cabeza grande, cerebro estrecho”; “cabeza que se agranda, inteligencia que se achica”; “a pequeños labios, grandes besos”.

En nuestra política contemporánea -muchas de ellas de corte individualista-, la preeminencia del rostro es clara. El reconocimiento del otro se realiza a partir de la individualidad y no de la pertenencia a un grupo. Esta singularidad del rostro recuerda la del hombre, la del individuo, átomo social, indivis, amo relativo de sus elecciones, que se plantea como “yo” y ya no más como “nos otros”. El contacto visual y análisis del rostro entre actores políticos es frecuente y puede prolongarse por años.

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