El incisivo y penetrante cuento del danés Hans Christian Andersen expone la desnudez del rey desde el lado más frágil e inocente: el niño que se atreve a proclamar su despojo. Pero también muestra situaciones en las cuales somos parte de una gran farsa o una complicidad colectiva que nos lleva a situaciones absurdas, como alabar un hermoso traje inexistente. Y claro, para ser justos con el rey, se reconoce su dignidad y valentía de levantar la cabeza y continuar con el desfile hasta que termine la función.
En estos días he tenido el gran placer de releer y examinar con mis estudiantes textos exquisitos sobre hegemonía, resistencia, dominación y los lúcidos argumentos para desvirtuar la cosificación y reificación de estas categorías para entender el Estado y su configuración hegemónica. Derek Sayer, uno de los autores analizados, alude a la fecunda metáfora de que “la hegemonía realmente es el equivalente intelectual del traje nuevo del emperador”, la gran farsa que todos comparten, pero que nadie se atreve a denunciar.
No obstante, para Gramsci y la tradición intelectual heredera, la hegemonía es mucho más que eso, ese consenso cultural que no puede ser entendido como una formación acabada y monolítica, sino más bien como “un proceso político de dominación y lucha, problemático y debatido”. La hegemonía no construye una ideología compartida, sino un “marco material y significativo para vivir, a través de los órdenes sociales caracterizados por la dominación”. La hegemonía construye un marco discursivo común –entre dominados y dominantes– como proyectos de Estado más que como logros, nos dice Roseberry. Pero el rey (el Estado) no lo controla todo, por ello hay una insistencia en la fragilidad del poder, y quizás al final algunos resultan cuentos que las élites se cuentan a sí mismas.
Entonces, me surge la inquietud, ¿este Gobierno tiene un proyecto con pretensiones hegemónicas?, supongamos que sí, y entonces, me vuelvo a preguntar: ¿hay conciencia acerca de las implicaciones de lo que un proyecto tal acarrea?, ¿cómo pretende construir hegemonía este Gobierno?, ¿la cultura y la lucha popular son incorporadas para construir este proyecto hegemónico?, ¿hay proyectos contrahegemónicos que se superpongan y disputen la hegemonía?
Traigo estos cuentos a colación –ambos, el de Andersen y el de la teoría política– porque en estos días se han abierto espacios de debate que pretenden revitalizar una esfera deliberativa que ha sido rezagada. En estas declaraciones he encontrado análisis y lecturas interesantes, pero –en mi criterio– no llegan a desnudar al rey.