James Baldwin, escritor afroamericano y uno de los más conocidos precursores del movimiento de derechos civiles, afirmaba: «Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.» Sí, las palabras son la semilla de los cambios y las transformaciones. Y los relatos políticos el proceso por el cual estas palabras devienen en proyectos políticos compartidos.
La construcción del propio relato debe sustentarse sobre la base de los valores e ideas que queremos transmitir. Antonio Núñez lo define como «una herramienta de comunicación estructurada en una secuencia de acontecimientos que apelan a nuestros sentidos y emociones». Y Stanley Greenberg, asesor de comunicación, emplea una sugerente frase al referirse a la contienda política entre los líderes y los partidos políticos: «El relato, la narración, es la llave de todo». En consecuencia, el partido (y el político) que tiene la mejor historia, gana.
Del yo, al nosotros
La narración siempre ha sido el vehículo para transmitir experiencias. Hoy en día el poder de Internet multiplica la capacidad de expansión del relato porque aumenta la capacidad de los narradores, de las voces.
Las posibilidades virales de la cultura digital pueden amplificar el mensaje implícito en el relato político, dada su capacidad de propagación, multiplicación y transmisión.
Lo interesante de un relato en política, de convertir una historia en algo vivo que evoluciona y cuyo mensaje queda en el cerebro de quien lo escucha, es que se percibe, generando una emoción que es recordada y, por tanto, compartida. Las emociones y las percepciones, como elementos centrales de la comunicación política, se abren paso con fuerza. Es la recuperación de la palabra como pilar.
Palabras que generan imágenes, consolidan marcos conceptuales previos y son la antesala de las emociones. Cuando se tiene claro el relato es mucho más sencillo establecer esas palabras, mensajes directos, cortos y concisos, que refuerzan la narración. Esos pequeños mensajes, en forma de frase o de ventana a otros espacios (a través de la capacidad de enlazar en la red), se convierten en armas de comunicación política, que permiten otra narrativa política muy diferente de la publicitaria, de naturaleza analógica.
Estamos hablando y escuchando, a la vez. Conversar y enlazar. Canales como redes, redes como comunidades, que reescriben y redibujan las fronteras geográficas, ideológicas o culturales. El microblogging es comunicación corta y directa, pero su potencial para generar comunidad en construcción a través de una comunicación-flujo, así como la posibilidad de empoderar a la multitud desde el compromiso personal, y del creciente papel de los ciudadanos como testimonios activos para organizar la acción social, es una de las grandes oportunidades para la política. Una narración coral, como base para la conciencia y la politización de la vida cotidiana. La construcción del nosotros.
¿Storytelling o storydoing?
Cuando éramos niños, nuestros padres nos contaban un cuento antes de ir a dormir. Eran cuentos de princesas, de superhéroes, de animales... Todas esas historias hacían volar nuestra imaginación y, a través de moralejas o enseñanzas, nos educaban en valores y nos mostraban sueños (aunque, a veces, imposibles). Pero por muchos cuentos que nos contasen, nuestros padres siempre fueron conscientes de que la mejor herramienta educativa es el ejemplo. Incluso, todos los libros que pretenden ‘inútilmente’ enseñar a ser padres rescatan la figura del ejemplo: que nada educa mejor que el ejemplo, que se predica con el ejemplo, que «la palabra convence, pero que el ejemplo arrastra». Hoy, la política se enfrenta a ese mismo debate. ¿Cuento o ejemplo? ¿Relato o acción? ¿Storytelling o storydoing?
El storytelling (tan simple como «contar historias»), fue reconocido como técnica del marketing en la década de los 90 e hizo su entrada triunfal en la política en el año 2007, cuando el investigador francés Christian Salmon publicó «Storytelling: La máquina de fabricar historias y formatear las mentes». El storytelling supone la utilización estratégica de la ficción durante el proceso de venta, incluyéndose aquí los productos comerciales, pero también los políticos. Los relatos despiertan recuerdos, provocan emociones y sensaciones, ya sean estas conscientes o inconscientes. La narración tiene el poder de atraer la atención de la audiencia, facilitando así la comunicación (y la pedagogía) de cuestiones complejas. El storytelling se planteó como una nueva oportunidad para la política: una oportunidad para humanizar a los representantes y para reconquistar a los representados a través de historias.
Pero, al mismo tiempo, la política del relato trajo consigo un peligroso poder persuasivo. Capaz, incluso, de simplificar la política hasta el punto de lograr que se olviden los problemas reales, que son, a fin de cuentas, las historias más difíciles de vender. El storytelling es, probablemente una de las causas del politaintment, que no es más que la política entendida como un entretenimiento.
Pero ya hace algunos años que el mero relato político ha perdido efecto. Los políticos han abusado del relato y, en consecuencia, han minado su banco de confianza. El cuento, sin más, ya no resulta tan eficaz como antes. ¿Será que somos más exigentes −tal vez frente a una nueva mayoría de edad, que diría Immanuel Kant− y ya no nos conformamos con bonitas historias?
Se impone, así, la novedosa técnica del storydoing (que sería «hacer historias»). Como ya no es suficiente con contar las historias, se opta por hacerlas, por llevar adelante acciones ejemplificadoras. En el storydoing se narra a través de la acción, a través de un entramado de acciones emblema. La historia prevalece frente a las ambiciones políticas o personales, gracias a que sus líderes creen verdaderamente en ella. En las organizaciones storydoers, las historias funcionan transversalmente, dentro de ellas, guiando el rumbo de todas sus actividades; también fuera de ella, logrando cautivar y contagiar a su público. Porque el storydoer desarrolla sus historias junto al público, ya no las cuenta en solitario ante un atril, sobre un escenario, sino que las hace y hace que las hagan. Se trata de relatos vivos y dinámicos, relatos que son lanzados y guiados desde arriba, pero que son alimentados desde abajo.
La política del relato
La nueva izquierda latinoamericana, sin pretenderlo, se ha convertido en protagonista en esto del storydoing; sus líderes, a través de acciones revolucionarias, nos han ido contando sus historias personales. Luiz Inácio Lula da Silva, con su historia de pobreza y deserción escolar, ha desarrollado Bolsa Familia, un programa que se ha convertido en modelo de transferencia monetaria condicionada, y ha reducido notablemente la población no escolarizada. Evo Morales, con su historia indigenista, empoderó a los pueblos originarios como nunca nadie lo había hecho, le dio tierras con su Reforma Agraria y los educó con su programa de alfabetización. José Mujica ha compartido su historia militante, mientras tomaba decisiones históricas para su país, haciendo de su vida personal un ejemplo de ética pública.
Y Rafael Correa, con su historia de esfuerzo y superación personal, viene implementando una política educativa modelo, con el Bachillerato General Unificado, con el Bachillerato Internacional, con la creación de cuatro nuevas universidades públicas −incluida la revolucionaria Universidad Yachay−, a través del Proyecto Prometeo que recluta académicos internacionales de altísimo nivel y tantas otras medidas con las que está impulsando y desarrollando el talento de todos los ecuatorianos y ecuatorianas.
Necesitamos un relato de la izquierda emocional, épico, transformador. Necesitamos esperanzarnos para creer que hay futuro y nuevas oportunidades. La política debe ser la emoción de la esperanza necesaria y urgente. Frente a una tozuda realidad, sólo un discurso capaz de generar una ilusión colectiva o, al menos, un compromiso colectivo, puede ofrecer confianza a la ciudadanía. La nueva izquierda latinoamericana ha comprendido que del storydoing al make history hay un solo paso: de hacer y vivir las historias a sencillamente Hacer Historia.