Leyendo un reciente artículo de John Carlin en El País sobre el poco reconocimiento que España ofrece a sus famosos Pep Guardiola y Pedro Sánchez, me he puesto a pensar sobre la cultura del reconocimiento. El artículo en mención bien podría llamarse “nadie es profeta en su tierra” y muestra cómo el buen trabajo que hacen este par de famosos no es reconocido por sus coterráneos y lo que es peor, suscita odio y antipatía. ¿Qué pasa con las sociedades que no dan reconocimiento al mérito del otro?, ¿Somos los ecuatorianos dignos sucesores de nuestros ancestros españoles?
El reconocimiento es una necesidad humana fundamental que juega un papel importante en nuestro bienestar social y psicológico. La respuesta que recibimos de los demás legitima nuestros esfuerzos, logros y habilidades, además de que se convierte en la confirmación externa que nos ayuda a construir autoestima y confianza.
Dar reconocimiento a los demás varía entre una cultura y otra. Mientras que en algunas culturas la validación a los miembros es natural y se la encuentra en la vida diaria, en otras la motivación intrínseca y la realización personal deben venir del propio individuo. Así, las sociedades de las diferentes culturas reparten el reconocimiento de forma distinta.
Entre los germanos, el reconocimiento y la retroalimentación informales del día a día no vienen de forma natural. Los gerentes de una compañía alemana, por ejemplo, deben ser capacitados sobre cómo dar reconocimiento. Mientras tanto, dentro de las empresas estadounidenses el reconocimiento juega un papel importante en el desarrollo del personal, porque se conoce que, si se entreteje en la estructura de una organización, desarrolla una cultura laboral positiva. Los sistemas de promoción por méritos son valiosísimos en ese sentido. Los administradores empresariales saben que el reconocimiento ayuda al compromiso y motivación de los empleados, a su satisfacción y bienestar, lo que a su vez crea un ambiente de apoyo y camaradería.
Entre los indígenas norteamericanos, en la ceremonia tradicional del “potlatch” el anfitrión entrega obsequios a los invitados. Las comunidades eligen una persona poderosa y rica, quien luego debe dar obsequios que pueden ser mantas, alimentos y otros artículos valiosos. El acto de regalar es una forma de que los anfitriones demuestren su riqueza, estatus y generosidad dentro de la comunidad. Esa ceremonia tiene una gran importancia cultural y social, ya que sirve como un medio para reforzar las relaciones, reconocer a las personas y redistribuir los recursos dentro de la comunidad. Las personas de las comunidades creen que una persona poderosa es aquella que más regala. Algo parecido sucede en la sierra ecuatoriana cuando las comunidades (y hasta las ciudades) nombran priostes que luego se hacen cargo de los gastos de la fiesta. En ambos casos, se trata de un ritual de reconocimiento individual acompañado de una redistribución de la riqueza.
Si observamos la cultura nacional que tiene también raíces indígenas, se prioriza el bienestar comunitario sobre el éxito individual. Los ecuatorianos no somos muy adeptos a reconocer el mérito de una persona y somos algo conservadores en manifestar alegría y generosidad reconociendo los triunfos de otros. Las personas incluso hacen comentarios cínicos sobre el reconocimiento social que se otorga a una persona. Pero, por otro lado, el profesional medio sueña con placas inscritas con su nombre y certificados de apreciación de sus méritos.
Nuestra sociedad, -creo yo-, es frecuentemente tan mezquina como la española en cuanto a reconocer a los que destacan por su inteligencia, su empeño y su persistencia. Pero es necesario cambiar: la falta de reconocimiento de los méritos individuales en una sociedad puede ser perjudicial. Basta con remontarnos a los clásicos que abordan el tema. Según Aristóteles, por ejemplo, la falta de reconocimiento puede socavar la justicia y la virtud en una sociedad. En su obra "Ética a Nicómaco", él argumenta que el reconocimiento y la recompensa justa de las virtudes individuales son esenciales para mantener un equilibrio en la sociedad. La ausencia de reconocimiento puede conducir a la frustración, la desigualdad y la falta de motivación para esforzarse y alcanzar la excelencia en diferentes ámbitos.
Jean-Jacques Rousseau, por su parte, señala que el reconocimiento de los méritos individuales es fundamental para el desarrollo humano y la realización personal. En su obra "Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres", argumenta que el reconocimiento social y el estatus resultante son necesarios para la satisfacción y el bienestar emocional de los individuos. La falta de reconocimiento puede generar sentimientos de exclusión, resentimiento y alienación en la sociedad.
Como hemos visto, los humanos somos seres sociales y el reconocimiento nos ayuda a sentirnos conectados y aceptados dentro de nuestras comunidades. Cuando los demás reconocen y aprecian nuestras contribuciones, se refuerza nuestro sentido de pertenencia y se fortalecen los lazos sociales.
Es en la educación donde es particularmente importante el reconocimiento. Nuestros estudiantes deben ser reconocidos y elogiados en sus capacidades. Así aprenderán que no disminuyen en nada cuando reconocen la valía de otros. Ya en el plano social, una comunidad que reconoce y valora los talentos individuales tiende a prosperar porque utiliza una amplia gama de habilidades de sus miembros y, -según dicen los expertos-, esto conduce a una mayor innovación, resolución de problemas y productividad.
Alentar a las personas a desarrollar sus talentos, a perseguir sus pasiones y fortalezas hace que ellas experimenten mayor satisfacción en su trabajo y en su vida personal, a la vez se vuelven más productivos y capaces de generar nuevas ideas. Esto, a su vez, impulsa el desarrollo económico. Reconocer y desarrollar los talentos individuales conduce a la realización y el bienestar personal, lo que a su vez, contribuye a mejorar la salud mental, la motivación y la felicidad general.
Por ello, en la vida diaria, reconozcamos los talentos de nuestro prójimo, alabemos sus destrezas, la ternura de su corazón, la calidad de su carácter, la habilidad de sus manos, la lucidez de su inteligencia.