Hay muchas razones para sentirse orgulloso de nuestra capital: el clima, la gente, el paisaje, la historia, sus tradiciones y su identidad múltiple, diversa, intercultural. Es como para sentirse satisfechos y hasta contentos, pero hay algo que impide a esta ciudad ser un proyecto de buen vivir.
No son ni diez años de un acelerado y hasta pernicioso tráfico que lo daña todo: pesada y asfixiante contaminación que provoca toda clase de enfermedades respiratorias, consumo de tiempo en exceso hasta para entrar a un centro comercial, ruido apabullante, etc. Todo esto ocurre no solo en Quito, porque el vehículo es un símbolo del progreso, marca de bienestar y, por lo tanto, bienvenida la invasión de autos, mientras el transporte público se deteriora considerablemente, a pesar de los enormes esfuerzos por potenciarlo. Y se deteriora porque la demanda (el 70% de los pobladores lo usa) supera con mucho a la oferta y esta, desde lo privado, es de una calidad que deja mucho
que desear.
El “Pico y Placa” fue una medida paliativa y ahora parece no rendir sus frutos porque se incrementó en 30 mil autos el parque automotor en apenas un año. Si los anteriores alcaldes no supieron afrontar este tema, el actual está obligado a tomar una medida que, radicalmente, enfrente una solución cuasi mágica. Y esa no es otra que municipalizar el transporte, convertirlo de verdad en un servicio de calidad, con unos itinerarios, circuitos, horarios y rutas que desbloqueen el afán de lucro de las cooperativas y de sus dueños, provoquen atención y no solo concentración en determinados puntos. Así como el Gobierno central propone servicios de salud, educación, justicia y vialidad con altos estándares de calidad, el transporte capitalino está obligado a competir en ese nivel.
El Quito que queremos no puede ser uno donde los autos (y toda la histeria que genera) manden sobre la agenda pública, organicen la vida de la gente y conviertan a la ciudad en un gran hervidero de smog. Es urgente e inaplazable medidas de la misma magnitud del problema, y para eso hace falta una propuesta radical, novedosa, movilizadora, convocadora, estimulante y hasta “loca”.
Que los antitaurinos, los dirigentes que se hacen pasar como líderes de los barrios, los taurinos, las cámaras y, sobre todo, las organizaciones sociales discutamos estos temas alrededor de una sola salida: municipalizar el transporte para garantizar bienestar a todos, crear otras formas de movilización, dar un salto de calidad en la vida de los capitalinos y dejar atrás el modelo de transporte más consumista y aberrante.