En días pasados, un candidato a la presidencia de la República fue tendencia en las redes sociales con la expresión vulgar de ¡qué chucha! Por cierto, ese no es el lenguaje habitual de tan gentil caballero.
Sin embargo, sus asesores de márquetin político deben haberlo recomendado. Imprimiría en la personalidad del candidato un cierto aire del macho que toma decisiones. Pero hay una razón más profunda: es identificarse con el lenguaje utilizado por el 44% de los electores potenciales que tienen entre los 16 y los 35 años.
Es una generación que vivió toda una década bombardeada con un mensaje desde el poder contra la política, los partidos políticos y los medios de comunicación. Por ello no es extraño que hoy se vivencie un quemeimportismo frente a los hechos sociales y por lo tanto políticos.
Lo social se diluyó en el interés individual, consumista y hedonista. No importaba tanto de dónde salía la plata para los bonos, para las becas al exterior, autos y electrodomésticos nuevos. Todo fue tan bonito, color de rosa y, como nunca, hasta hubo carreteras.
Lo que no sabía ni sabe esta neonatocracia política es que toda esta inversión se hizo con los mejores precios del petróleo ecuatoriano y del mega endeudamiento externo que van a tener que pagar a largo plazo los jóvenes. Seguramente dirán “lo comido y lo bebido ya nadie nos quita”.
Y claro, ese 44% de votantes ya consumió, pero no produjo nada. A ese segmento de la población se dirigió el mensaje del candidato presidencial.
Es el quechuchismo no solamente una filosofía de los jóvenes contagia a un gran número de ciudadanos. Siendo el quechuchismo sinónimo del quemeimportismo, se lo puede definir como “la actitud de indiferencia y apatía ante los asuntos propios o los sociales”.
Los marquetineros han podido descifrar mejor que los sociólogos, antropólogos o filósofos qué es lo que quieren escuchar los consumidores de los productos políticos. Es por ello por lo que el candidato presidencial en ciernes siguió los consejos de sus asesores del márquetin. (O)