Es bien conocida aquella historia en la que se encuentran dos amigos. El uno, pregunta al más versado sobre qué es la democracia. Este le responde, la democracia es aquel estado en el que puedes hacer lo que te da la gana. En la repregunta, le dice y si no lo haces, ¿qué pasa? Y tuvo como respuesta, pues nada, ya te obligarán.
Mi generación, la de los 60, se imaginó que Fukuyama tenía razón. Ya habíamos vivido la revolución cubana, la llegada del hombre a la luna, la caída del muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, la clonación de la oveja Dolly y era evidente que la historia había llegado a su fin, como sentenció el pensador japonés.
Fue una fantasía pensar que habíamos vivido el fin de la historia. Occidente, incluida América Latina, ha comenzado a falsificar instituciones y gobernantes. Acabada la Guerra Fría pensamos que la democracia liberal y el capitalismo sacarían a los pueblos de la pobreza. La Ilustración parecía que había llegado a realizarse en su proyecto. El progreso como estandarte de la Ilustración nos iba a llevar lejos.
En una conferencia dictada por Thomas Mann en los Estados Unidos de Norteamérica, puso como ejemplo a ese país como el paradigma de la democracia. Definió a la democracia, como el espíritu de los pueblos, donde la dignidad de los seres humanos es el centro de todos los valores. La democracia lleva al desarrollo de la ciencia, las artes, la religión, la convivencia en armonía de los ciudadanos. Todo ello se debe al desarrollo de la educación. Sin educación, no hay democracia.
Hoy, qué distante, se halla el discurso del autor de La Montaña Mágica. Ese país que lo veía como el modelo hoy está cerca a elegir a un prontuariado. Esta circunstancia era noticia de todos los días en el Ecuador y en toda Latinoamérica. Hoy encontramos vicepresidentes de la República que compran títulos, rectores de universidades públicas con diplomas fraudulentos, una justicia que pone precio a cualquier parte mortuorio… Choferes de autobús convertido en dictadores sempiternos, presidentas de la República que se venden a cambio de relojes, presidentes que llegan al poder financiados por el narcotráfico. Y para abundar un caso más de un eurodiputado vinculado con la mafia internacional.
Ocioso hablar ahora de imperativos categóricos kantianos. Es decir, valores universales independientes de religión e ideología alguna.
La democracia se ha convertido en un simple ritual que cumplimos cada cierto tiempo para elegir aquellos gobernantes que nunca nos van a representar.