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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

El propósito del poder

15 de octubre de 2015

Desde hace mucho tiempo al poder se lo considera como un corrosivo de la moral e inmediatamente sospechamos de las intenciones de aquellos que lo buscan. Ciertamente, la casi lujuriosa ansiedad de dominio es tan brutal que muy pocos abiertamente admiten sus apetitos de poder. A menudo parecería que los falsos y egoístas tienen un particular talento para acumular y abusar del poder, y hasta cierto punto, la mayor parte de nosotros hemos sido probablemente maniobrados por algún político o autoridad de este tipo.

Por esto, podría sorprendernos que uno de los más distinguidos pensadores de administración de negocios haya producido un detallado manual para saciar el apetito por el poder. Jeffrey Pfeffer, un profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Stanford, en su libro Poder: Por qué alguna gente lo tiene y otros no, les da a los chicos y chicas (para estar en onda con el momento político) las herramientas para nivelar las posibilidades de obtenerlo. Su razonamiento es contundente cuando explica que escribió sobre los temas de poder, justo cuando otros gurús en administración de negocios están hablando acerca de colaboración, comunidad y liderazgo abierto, precisamente porque es con poder  que se consigue hacer cosas. Sin poder, uno es impotente y esto no depende de los talentos que tenga o de lo correcto de la causa que persiga.

Hay un desagradable hecho: el poder es largamente independiente de la inteligencia (emocional o de cualquier tipo) y del rendimiento en el trabajo. Conocemos a individuos que son brillantes, pero que no dan la talla cuando se refiere a lidiar con política organizacional. Mientras otros, que son claramente mediocres, sin embargo están en la cúspide de la pirámide. Más aún, ciertos resbalosos individuos que juegan con  el poder en las instituciones, pueden aun evitar el fracaso y se las arreglan para mantener sus posiciones y mejorarlas antes de que todo colapse. Y no se trata de que el cociente intelectual y el valor agregado no sean importantes; es simplemente que no hay sustituto para el poder.

A la luz de lo que pasa con gente con poder, desde Barack Obama a Rafael Correa; Donald Trump a Jaime Nebot; ‘Sepp’ Blatter a Luis Chiriboga, hay que reconocer que el poder, la mayor parte de las veces, se lo toman, no se lo dan. Aun en el caso de los que llegaron al poder mediante elecciones democráticas. Y hasta podríamos aplicar la ley de Pareto al decir: 20% del poder es dado y 80% es tomado. Pero hay que entender la importancia de la red personal y el trabajo incansable que hacen por mejorarlo. De hecho, los poderosos construyen sus redes de influencia locales e internacionales como si fueran habilidades que necesitan perfeccionar. Por otra parte, si quieres el poder, debes trabajar para mantenerte en él.  Mientras a la mayor parte nos enseñan a ser discretos y no atraer la atención, los que agarran el poder están dispuestos a correr riesgos. Sin riesgos no hay recompensa. Finalmente, la búsqueda del poder demanda de persistencia. La diferencia de los que son poderosos y los que no lo son descansa en cómo aquellos reaccionan ante la adversidad. (O)

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