Francisco de Quevedo dedicó a su archienemigo el culterano Luis de Góngora un soneto: “Érase un hombre a una nariz pegado, / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje espada muy barbado…” No contento con eso, el vate se despachó en otros versos estas linduras: “Yo te untaré mis obras con tocino, / para que no me las muerdas, Gongorilla, / perro de los ingenios de Castilla, / docto en pullas, cual mozo de camino”.
Quevedo nos legó el poema inigualable a Don Pedro Girón, duque de Osuna: “Faltar pudo su patria al grande Osuna, / pero no a su defensa sus hazañas; /diéronle muerte y cárcel las Españas, / de quien él hizo esclava la fortuna…”
El poeta nacido en el siglo XVI, hace 440 años, cuyo cumpleaños se celebra el 14 de septiembre, escribió textos clarividentes como “Poderoso Caballero”: “Nace en las Indias honrado, / donde el mundo le acompaña; / viene a morir en España, / y es en Génova enterrado. / y pues quien le trae al lado / es hermoso, aunque sea fiero, / Poderoso caballero / es don Dinero”. La misma temática del arribismo ya la sospechó dos siglos antes Juan Ruiz, arcipreste de Hita: “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; / al torpe hace discreto y hombre de respetar; / hace correr al cojo y al mudo le hace hablar; / el que no tiene manos bien lo quiere tomar”.
Quevedo vino al mundo con los pies deformes y una severa miopía y desde sus agudezas interpretó el alma humana, a caballo entre la sátira y sus autoflagelaciones existenciales con tintes religiosos. Borges afirmaba que el poeta desterrado en la Torre escribía para literatos.
Se lee en “Amor constante más allá de la muerte”: “…su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”. En este mundo de charlatanes merluzos hay que volver a los clásicos, con los “quevedos” –sus famosos anteojos- bien puestos, aunque ya no exista el ilustre Góngora de por medio.