En plena campaña electoral (aunque oficialmente empieza el 4 de enero) varios candidatos denostan al poder político, prácticamente lo vilipendian, pero no entiendo por qué se candidatizan para alcanzar el “poder político”. Si lo dijeran para proponer un cambio profundo de estructuras y/o del sistema que todavía, con muchas reformas, pervive, se justificaría.
Sorprende también que desde las izquierdas se maltraten los conceptos de la política como si fuese un campo virgen, intachable y hasta paradisíaco donde solo tienen un rol protagónico los ángeles y querubines. Y se olvidan de que es un campo de disputa, que no necesariamente pasa por el Gobierno y la oposición. El poder político local, por ejemplo, es tan intenso y complejo que nadie creería que un dirigente barrial o un secretario de un sindicato hace política solo para buscar un lugar en el púlpito o una misa en el Vaticano.
Desde la derecha, obviamente, denostan al poder político porque el económico aspira a tener plena libertad para imponerse por encima de las lógicas de la democracia, en su más plena acepción.
Entonces, ¿qué es el poder político? ¿Y cómo opera el poder político en Ecuador? Según los ortodoxos de ahora y hasta un ex presidente que escribió un libro con las preguntas que hago, parecería que ese poder solo se expresa, opera y manifiesta desde Carondelet. Fuera de allí no hay ningún poder o todo lo demás es sometimiento y hasta “esclavitud perpetua”. Incluso, estudiosos que antes usaban las mismas teorías para elaborar reflexiones y aportar a la construcción de un nuevo sistema político, de partidos y de participación, reducen todo a la supuesta existencia de un suprapoder en Carondelet.
Desde hace pocos días circula por el mundo el último libro de Fernando Savater, “Ética de urgencia”. Y siendo un ensayo sobre política, abunda en asuntos que están en el fondo de la convivencia humana y no en los cuchicheos de la farándula política.
Entrevistado por ese gran periodista español Juan Cruz, Savater dice algo que por acá podría ser una luz para iluminar ciertos debates y opacar otros, que los entrevistadores de TV se encargan de soslayar o escandalizar. Cruz le comenta que “en España y en el mundo estamos viviendo un descrédito apabullante de la política”.
Savater responde: “Se ha olvidado la educación, cuya primera base en una democracia es: el poder político somos todos. La gente habla de los políticos como las señoronas antiguas hablaban del servicio doméstico: ‘¡Cómo está el servicio, ya no hay criadas como las de antes!’, como si ellos no tuvieran nada que ver. Eso es la corrupción de la democracia. Ha habido políticos interesados en crear ese clima al transmitirle al ciudadano que no se debe preocupar de nada porque ellos se lo arreglarán y que solo deben preocuparse de votarles, pagar impuestos y divertirse”.
Y tiene razón: el poder político somos todos. No porque cada cuatro años votemos o de cuando en cuando vayamos a una consulta. En lo fundamental, los gobernantes (presidentes, alcaldes, prefectos, asambleístas y demás) no están ni se sostienen ni mucho menos superviven porque tengan “poder político”, sino porque la sociedad, los ciudadanos y las organizaciones sociales y/o políticas los legitiman democráticamente.
Por ejemplo, acá se ha sobreestimado el sentido y el valor de la libertad de expresión. Parecería ahora que, como derecho humano, se coloca en el centro de una disputa entre “actores políticos” y no como parte de una construcción democrática equitativa para que sea un derecho de todos y no solo una bandera de pocos. El mismo Savater (a quien nadie le puede endilgar cierta afiliación al socialismo del Sumak Kawsay o de ser chavista y menos fanático de Evo) dice en “Ética de urgencia”: “Coartar la libertad no es censurar, es corregir comportamientos, ofrecer alternativas a comportamientos inadecuados”, cuando se refiere a que la educación, de un modo u otro, coarta esa libertad para formar ciudadanos, si no “la idea de que la libertad de expresión se debe dar desde niño no es viable porque simplemente no educaríamos”.
En esta contemporaneidad (que no es la misma de Europa ni la de EE.UU.) América Latina, los países árabes y los asiáticos en cierto modo experimentan cambios profundos en su quehacer político. Y por ende en la composición del poder político, en su estructuración y en el sentido de su valor histórico.
Si eso ocurre, ya no como una corriente interna que se manifiesta en explosiones revolucionarias, sino como una “rutina”, evidentemente que el poder político se está resignificando de muchos aspectos. De ahí que la campaña electoral exprese esos rezagos de quienes aspiran a no dejar que la nueva época nazca y que la política sea tarea de todos y todas.