Allá en Tandapi, cerca de Quito, hay una escultura de piedra dedicada al demonio bajo el título de ‘El Poder Brutal’. Y es que en realidad el poder que se ejerce por medio de la fuerza bruta, inconsciente y despiadada, parece salida del infierno por su carga de monstruosidades. En América Latina y el Caribe, el poder brutal ha sido una constante a lo largo de todo el siglo veinte. Basta remitirnos a las décadas iniciadas en el año 60, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, pues desde entonces el imperio del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como expresara José Martí, descargó sobre nuestros pueblos un torrente de sangre mediante golpes de Estado, magnicidios, asesinatos a mansalva de revolucionarios reales o supuestos, millares de desaparecidos, en medio de torturas masivas, invasiones de marines y de ejércitos mercenarios. Todo en nombre de la libertad, la libre empresa y la democracia. Los nombres de Bush, Reagan, Kissinger, Pinochet y otros héroes de tal infierno son demasiado conocidos por la historia contemporánea. Y con ellos las figuras de la CIA, el Pentágono y los estados mayores de prácticamente todos nuestros desdichados países.
En el caso de Ecuador, hay cuatro casos emblemáticos de poder brutal: en su orden, el magnicidio del presidente Jaime Roldós Aguilera, la represión contra Alfaro Vive Carajo (AVC), la desaparición de los hermanos Restrepo y el caso Fybeca (la tragedia de las Dolores). Todos ellos episodios en los que se vieron involucrados elementos de las Fuerzas Armadas y la Policía, incluidos oficiales de alta graduación designados o amparados por los gobiernos de turno.
En todos estos casos ha brillado la impunidad, en el afán de perpetuarla para que los responsables y culpables escapen a todo castigo. Pero al final del túnel, de estas cavernas de ignominia, comienza a mostrarse una luz, un cierto rayo de justicia, gracias a la hora de cambios que vive nuestra patria. De allí que vemos que todos estos casos se mueven en la Fiscalía y en los respectivos tribunales, despertando la esperanza de un país que creía haberla perdido para siempre. Mas el camino se muestra duro y largo de andar, porque hay autores, cómplices y encubridores poderosos, aquí y en el exterior, entre los que se cuentan potentados del imperio y reyezuelos menores de origen criollo. Ellos se han confabulado para sabotear y entorpecer la acción de la justicia, apelando a la intimidación y la amenaza e invocando mañosamente el espíritu de cuerpo para lograr que se unan instituciones como las Fuerzas Armadas y la Policía, supuestamente atacadas por enemigos de ellas, que no están entre quienes buscan justicia sino entre quienes la enlodaron y la pisotearon toda la vida. Estos elementos, representantes del poder brutal, ya fracasaron el 30 de septiembre de 2010 y volverán a fracasar, porque al fin la dignidad, la conciencia y la valentía se han abierto paso con fuerza en el seno del pueblo ecuatoriano.