Nadie puede expresar indiferencia ante dos cosas: el sexo y la muerte. Por eso hemos desarrollado complejas maneras de acercarnos a ellas. En los recientes años, los de la desmedida influencia mediática, también hemos tendido a banalizar esas aproximaciones.
A la muerte la despedazamos, precisamente, con la llamada crónica roja, que se nos avienta como si fuera un negocio que incrementa los ratings. Al sexo se lo ha comercializado a más no poder. El ámbito íntimo que las dos cosas tienen en nuestras vidas, que exige respeto, ha sido estropeado y vilipendiado.
El perreo y su lenguaje corporal es un género frente al cual me declaro bastante ignorante. La verdad no me ha suscitado interés en conocerlo porque precisamente su difusión lo ha empobrecido. Mujeres exuberantes y la contraparte masculina acosadora parece que hacen del sexo un juego sin las otras pasiones que normalmente se involucran, en donde la cabeza, con su enorme psiquis, pone buena parte.
Todos los días, la televisión, esa que ha pretendido rasgarse las vestiduras hoy, condenando a través de sus programas faranduleros y de noticias a las alumnas del colegio 28 de Mayo, de Guayaquil, también ha montado todo un aparato que trafica con el sexo. “A ver, una vueltita”, y así la chica queda expuesta y reducida a esa parte.
Ese es pan de casi todos los días. Ser bella y ser pilas depende solo de ciertos atributos físicos y su aprovechamiento.
Hipócrita, o al menos contradictoria, es la lectura que hoy hacemos frente a estos adolescentes que quizá solo están repitiendo lo que tanto han visto.
¿Merece esa rectora ser parte de un colegio en donde solo importa el uniforme? No lo sé, eso ya corresponde a otro ámbito, sí me pronuncio sobre la necesidad de dejar atrás modelos puramente represivos, típicos de sociedades con vocación autoritaria, construidas desde el miedo, como si solo pudiésemos hacer y decir lo que está por ellos permitido.
Por suerte ha habido un poco de luz en este tema, la aporta la Subsecretaria de Educación, que no ha aceptado la lectura burocrática de una temerosa rectora. ¿Ante quién el miedo? Ante el qué dirán de esos medios. Esa es la pena mayor porque no salimos de ese círculo penoso que tiene a la doble moral de los medios en el centro. De ella viven: primero la animan, luego la condenan. Ya esa moral se desvela cada vez más, está clarita y, sin embargo, aún pretende rectoría en nuestras vidas. De eso se trata: enfrentarla.