Como a saco de box le están pegando al Ecuador, con golpes bajos, desde la izquierda y desde la derecha. Son tantos los impactos que lo debilitan cada vez más, que ya casi no puede quitarse del medio. Le sacan el aire los delincuentes, entre ellos políticos, jueces, empresarios, delincuentes de toda laya. Le han roto gravemente la institucionalidad y espacios clave del sistema judicial, le estrujan la dignidad, y le retuercen las leyes. Por fortuna, entre la podredumbre y la desvergüenza en la que nos han sumido, germina y crece una luz de esperanza capaz de devolver el honor perdido a todo un país.
Se ha descubierto un matrimonio abominable entre la política, la justicia y el crimen. ¿Habrá algo peor que esto? Hace pocos días, nuevamente la Fiscalía General del Estado da a conocer los entretelones de un caso terrorífico de corrupción y delincuencia organizada en la escala más alta, la que vincula a políticos, jueces y mafiosos. El Caso Purga -luego del Caso Metástasis y otros de deprimente recordación-, ha dejado un amargo sinsabor en los ecuatorianos, sucede que cada vez va quedando menos gente en quien confiar, caras vemos, vicios no sabemos... Así lo sienten millones de personas, muchos de los cuales buscan afanosamente hacer realidad sus sueños y emprender en el exterior, en otro país y no en la tierra que los vio nacer y necesita.
¿No se supone que los políticos y los jueces están para servir a la ciudadanía y aportar al país, respetando la ley y actuando con transparencia, dentro de sus ámbitos de competencia y responsabilidad? Casi que podríamos ser potencia exportadora de guiones e historias para la TV prepagada, para series y películas truculentas, de esas que “nos asustan, pero nos gustan”. Es que ya son legión los políticos y los jueces carentes de ética; transan votos, favores, contratos, puestos de trabajo; tienen su propia adicción y su propio Fentanilo: el dinero sucio.
Que las organizaciones políticas y el sistema judicial den el giro que el Ecuador demanda con urgencia, que depuren sus filas con personas honorables y éticas, para que los esfuerzos que ahora hacen buenos servidores públicos, gente que ama al país, y que se juega hasta la vida por él, no caigan en saco roto.