El parentesco es el vínculo que existe entre personas unidas por sangre común (consanguinidad), por el matrimonio (afinidad) o por la adopción (parentesco civil). Los alcances y responsabilidades del parentesco varían según los diversos países y culturas.
Empero, hay algunos reconocidos social y legalmente en la mayoría de países del mundo, tales como la obligación recíproca de manutención entre padres e hijos, la patria potestad, la herencia y ciertas limitaciones legales respecto de los parientes próximos.
En los viejos tiempos, cuando los lazos familiares tenían un carácter religioso y no civil, incluso existían formas de parentesco generadas por el bautismo, que producía vínculos entre padrinos y ahijados y también entre compadres. A partir de la Revolución Alfarista, estas formas de parentesco han ido perdiendo su fuerza social, aunque todavía mantienen cierta vigencia en la cultura campesina.
Más allá de las implicaciones antropológicas y jurídicas que tiene el parentesco, lo cierto es que es reconocido como un vínculo entre personas, que unas veces es efectivo y otras solo potencial. Es efectivo cuando los parientes conviven, se tratan con frecuencia o mantienen alguna forma de proximidad que pueda crear entre ellos lazos afectivos, y solo potencial cuando viven o se mantienen distantes.
En la vida política, la presencia del parentesco tiene casi siempre connotaciones negativas, especialmente en los países republicanos, donde el lugar en la vida política o el acceso a la función pública deben estar determinados por el mérito y no por la relación familiar con el líder partidario o el gobernante.
Por eso se ve tan mal a esos “partidos familiares”, donde los hermanos y parientes copan los cuadros de mando o donde incluso se dan aberraciones tales como formar binomios electorales entre esposo y esposa, como ocurre en nuestro país.
Todavía más complejo es el asunto del nepotismo, que es la desmedida inclinación de ciertos gobernantes para colocar a sus parientes en las altas funciones públicas, como ocurría en tiempos de Gutiérrez.
Si no hay esa desmesura, no está mal que un gobernante nombre a algún familiar meritorio en una función de confianza. Pero aun en este caso existe el riesgo de que el beneficiado no tenga los quilates requeridos o tenga “rabo de paja”, en cuyo caso será más difícil y costoso prescindir de sus servicios.
En síntesis, lo mejor para una república será siempre que los parientes del gobernante estén lejos del poder o en discretas funciones secundarias.