Los mares son espacios acuapolíticos y económicos. De no ser por el Atlántico, habría sido imposible la expansión capitalista que se produjo a lo largo del siglo XIX, bajo el impulso del desarrollo industrial europeo, cuyos países, además de adquirir materias primas, presionaron a las jóvenes repúblicas latinoamericanas para instaurar políticas de libre comercio que les permitiera colocar su sobreproducción e incrementar sus ganancias.
Además de ser ruta comercial, el Atlántico albergó en su vientre los primeros cables submarinos mediante los cuales se transmitían los pulsos eléctricos para el funcionamiento del telégrafo y el teléfono, dos abuelos del internet. Por supuesto, este mar histórico fue también el mar de los corsarios y las primeras guerras entre imperios, una de aquellas librada en 1588, cuando la Armada inglesa batió a la española. Y finalmente, fue el lugar donde transitó la esperanza de gente que, huyendo de la pobreza y las guerras, migraron desde Europa hacia América a lo largo del siglo XIX y XX, convencidos de que existía el progreso y la felicidad.
A diferencia del Atlántico, el mar Pacífico parecía un lugar aislado en la época colonial, cuando solo una vez al año era permitido el tránsito de una flota de galeones oficiales para transportar el oro y la plata, aunque en las horas del insomnio se movía febrilmente el contrabando entre Filipinas y México y el comercio de productos dentro del llamado Espacio Económico Peruano, la primera experiencia exitosa de mercado interno de lo que hoy es América Latina.
Hoy, el Atlántico ha dejado de ser el centro acuapolítico, para ceder progresivamente el lugar al Pacífico, un mar inmenso cada vez más agitado por las tensiones entre varias potencias, que se expresan en las amenazas de una guerra nuclear entre Corea del Norte, aliada de China, y EE.UU., un país que históricamente ha presionado a los países sudamericanos para la instalación de bases militares ribereñas.
Ecuador se encuentra en uno de los lugares especiales, tanto por la proliferación de puertos de calado y su perfil costanero sobresaliente, cuanto por contener a las Galápagos. Por ello, debemos estar atentos y reafirmar, en el discurso y la acción, nuestra voluntad de ser territorio de paz y rechazar todo intento expreso o solapado de colocar bases militares extranjeras, porque ello significaría no solo un atropello para la soberanía nacional, sino una participación directa en un posible conflicto mundial. (O)