La revuelta policial fue la trampa para sacar al Presidente del Palacio de Carondelet. Sabían que Rafael Correa iría de inmediato a calmar la beligerancia policial, siendo el Regimiento Quito el sitio ideal para un secuestro y posterior magnicidio.
A las diez horas, ya con el Presidente envuelto en una vorágine de violencia, las antenas de los medios públicos fueron destruidas y la población fue informada exclusivamente por los medios privados que difundieron la desaparición del Presidente, a quien acusaron de ordenar a los uniformados que le disparen.
Al medio día, hordas de policías enmascarados limpiaban las calles de la capital disparando a mansalva a grupos de civiles progobiernistas que debieron huir a sus casas, donde los canales privados les informaban que ante la probada ausencia del Presidente, la Asamblea se autoconvocaba para la tarde y los asambleístas de oposición, que entraban libremente al edificio tomado por la Escolta Legislativa haciendo un giño a los uniformados, estaban buscando a los alternos de los asambleístas gobiernistas, muchos de los cuales debieron refugiarse en embajadas amigas ante la intercepción de mensajes que ordenaban asesinar a los más visibles.
En la tarde los noticieros aseguraban que Correa desapareció al igual que el Vicepresidente, por lo que ante el vacío de poder, ya la Asamblea tenía el quórum reglamentario para designar al nuevo mandatario, apoyado por miles de militantes de la oposición escoltados por policías insurrectos hacia Carondelet, donde la turba se apoderó del edificio con las cámaras de tv a la cabeza enlazadas en vivo con la Asamblea, dando a conocer al Presidente Interino y sus ministros del sector económico, representantes de la banca vinculada a medios y petroleras, en tanto, los demás ministerios eran entregados a la oposición.
En semanas sucesivas, la tv independiente eliminó de sus noticieros las escenas de violencia y la policía emprendió una frenética cacería de todo aquel que colgaba en las redes sociales videos o imágenes del golpe de Estado.
A los pocos meses desapareció el nombre de Rafael Correa de los medios afines al nuevo régimen, que abrió puertas al capital extranjero en todos los sectores estratégicos y regresó a las antiguas condiciones la explotación petrolera que se inició en Yasuní.
La amnistía general convirtió en personajes públicos a los golpistas, que antiguos entrevistadores de nuevo en sus noticieros felicitaban por su heroísmo y por los ascensos con que fueron premiados.