En Ecuador asistimos al ocaso político de la derecha. Como en los atardeceres andinos, todavía brillan brevemente, entre las nubes de occidente, las últimas luces de una época que fenece, pero el perfil oscuro de las montañas anuncia la llegada definitiva del ocaso.
El atardecer de la derecha no solo está marcado por las sombras que la opacan cada vez más, sino también por las lamentaciones de sus devotos y plumíferos.
Estos, que hasta ayer atacaban, ironizaban o se burlaban de las gentes y asuntos de la Revolución Ciudadana, ahora parecen haberse instalado en el Muro de los Lamentos.
Algunos reaccionan con indignación ante la fatuidad o debilidad política de sus candidatos, a los que acusan de no tener carisma, de montar estrategias sin creatividad y de carecer de ofertas electorales atractivas. Otros hablan de que existe una campaña aburrida, donde reinan la apatía, el sopor y la somnolencia, ante la constatación del próximo triunfo de Rafael Correa. Y ensayan un último revuelo teórico para afirmar que el país vive una peligrosa despolitización, una política vaciada de contenido y una democracia devaluada por la personalización del poder.
Por suerte para el país, esa visión sombría y desencantada de la derecha no se corresponde con la realidad, donde la vida social bulle y la acción política inunda de color y alegría las calles y plazas del Ecuador. Y uno de los elementos más motivadores de esta campaña ha sido la decisión del presidente Correa de encargar el mando al vicepresidente Moreno, arremangarse la camisa y salir a las calles a competir con sus opositores.
Atrás quedaron las cadenas sabatinas, los traslados en helicóptero y la parafernalia propia de toda movilización presidencial. Ahora Correa ha vuelto a transitar por las calles y caminos del país como cualquier ciudadano, sin más beneficio que el afecto y reconocimiento de sus conciudadanos, que se arremolinan a su alrededor para verlo y escucharlo.
El resultado ha sido demoledor para sus opositores, que buscaban mostrarlo como un monarca absolutista, encerrado en el Palacio de Carondelet y manejando una tenebrosa campaña mediática. Al momento, con Correa haciendo campaña en las calles, las encuestas preelectorales anuncian un arrasador triunfo del Presidente y su movimiento Alianza PAIS: las más optimistas indican que sería reelecto con más del 60 por ciento de los votos; y las más pesimistas, que lograría una votación del 49 por ciento.
Esa es la realidad que ha apabullado a la derecha y la ha sumido en un mar de lamentaciones, a la vez que ha estimulado la alegría popular.
Todo muestra que Correa será reelecto en una sola vuelta y seguirá liderando la Revolución Ciudadana.