Estamos a una década de cumplir 200 años de vida como Estado independiente. En septiembre de 1830 se estableció, por la Constitución de Riobamba, el “Estado del Ecuador”. Hasta entonces, y desde 1822, fuimos parte de la utopía Bolivariana de la simbólicamente llamada “Gran Colombia”.
En estos dos siglos, a pesar de disponer grandes recursos naturales, agrícolas y abundante agua, no hemos podido salir del subdesarrollo. Nuestros avances, en distintos ámbitos, han sido muy lentos. En cuanto al ingreso per cápita, el Ecuador está en el puesto 102 entre 189 países (Worldometer, 2020); en calidad de sistemas de educación, nuestro país no aparece entre los 100 primeros (Stats Gate, 2020); en relación con la calidad de los sistemas de salud, el Ecuador tampoco aparece entre los 100 primeros (World Population Review, 2020).
No obstante, en cuanto al índice mundial de felicidad, el Ecuador está en el puesto 50 entre 156 países (World Happiness Index, 2019). Nuestra felicidad supera a nuestra realidad.
Mucho se ha escrito respecto a las causas de esta postración pero, lo inocultable, es que el estado de desarrollo de los pueblos del mundo depende, fundamentalmente, del comportamiento de su gente, de su actitud frente a la vida, de su ética de trabajo, de la educación que poseen, de sus sistemas de justicia y, además, de la calidad de gobiernos que tienen. Es un error atribuir todos los males de la sociedad a los políticos y a los gobiernos. Esa es la salida fácil y la explicación simple. El problema está en nosotros, la gente, el conglomerado. Que los gobiernos contribuyen al desastre, sin duda. Pero somos nosotros quienes ponemos a los gobernantes.
Cambiar el comportamiento y la mentalidad del conglomerado, a mediano y largo plazo, depende de una educación ordenada, sistemática y de calidad. El coartar la corrupción, verdadera tragedia social, en el corto y el mediano plazo, depende de que la justicia acabe con la impunidad. Cuando esta justicia siga aplicándose con firmeza, independientemente de la jerarquía del malhechor; cuando la educación deje de ser un “borra y va de nuevo” y se convierta en auténtica política de Estado, empezaremos a inaugurar el nuevo Ecuador. (O)
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