Desde 1970, en algunos círculos universitarios chilenos ligados a los estudios de la conducta humana se analizaba con ardor y hasta con ironía la tesis de la “personalidad centrífuga del escritor”, como un extrovertido personaje capaz de dar los mayores aportes para el idioma y su belleza, entregando la realidad histórica y objetiva de su tiempo en su condición literaria pública, y a ese mismo ser humano en su intimidad, cautivo del bagaje romántico, la inquietud sentimental y hasta mostrando la imagen de un alma roída por penas y desengaños.
En esas épocas estábamos ciertos que la fuerza ideológica del amor por lo existente: nuestros semejantes, la justicia y la hermandad universal, sostenía la creación del mundo nuevo que se encontraba a casi la “vuelta de la esquina” y aun al margen de las complicaciones ideológicas con nuestros ocasionales adversarios, la veracidad del idioma científico imponía la cordura..., y las más conmovidas alusiones y ataques personales en esas discrepancias ideológicas mordieron el polvo del olvido.
Fue en ese trienio mágico del gobierno de Salvador Allende cuando por primera vez conocí la profunda pero diáfana poesía de Tranströmer. Un profesor de nuestro recordado Instituto de Sicología de la Universidad de Chile nos hablaba del psicólogo poeta y nos leía sus versos. “Salgo a la llanura. Tinieblas. El vagón parece no moverse. Un antipájaro graznaba a la ausencia de estrellas. Arriba el sol albino lanzando oscuras marejadas”. De inmediato nos cautivó con sus metáforas, comprendimos que las bizantinas discusiones sobre la fuerza que se introduce en la dinámica del movimiento circular son válidas para las máquinas, pero no para los creadores.
Esa nueva forma de expresarse poéticamente realizada por un colega nuestro, sicólogo, posibilitaba nuevos caminos a la literatura y a las neurociencias. Al poco tiempo adquirí dos de sus primeros libros traducidos al español, “Postales negras” y “El cielo a medio hacer”, ambos perdidos en la pira infame que la barbarie pinochetista encendió desde el 11 de septiembre de 1973.
Hoy Tomas Tranströmer ha sido galardonado merecidamente con el premio Nobel de Literatura de 2011. Estamos felices y satisfechos por lo justo del escogitamiento de la Academia sueca, pero los recuerdos de los años idos nos ubican nuevamente en el trágico septiembre del 73.
Dos días antes del fatídico golpe de Estado y la muerte de Allende y de miles de chilenos en la latitud de “su larga y angosta geografía”, se realizó la más numerosa manifestación popular que se recuerde en Santiago, que intentaba -con la ingenuidad pura de los puros- detener el putsch fascista. En ella el centro de alumnos de nuestra facultad, que tuve el honor de integrar, enarboló una pancarta con un verso de Tranströmer: “No nos rendimos. Pero queremos paz”.