Concluyó la cumbre del G20. ¿Y? Nada. No pasa nada. Aunque sea motivo de atención, ese encuentro no resuelve nada porque gira alrededor del mismo eje: acumulación y más poder económico para unos pocos. Lo más relevante, quizá desde la óptica latinoamericana, es que una presidenta de la región les diga en la cara que el anarcocapitalismo que vivimos no puede ser motivo de regocijo de los países más ricos del mundo.
La presidenta argentina Cristina Fernández debió decir con claridad que no vivimos un anarcocapitalismo sino un narcocapitalismo pleno, total y denigrante para los seres humanos, sean de donde sean. De hecho, por un error de transcripción, alguien colocó su frase como narcocapitalismo.
Luego se corrigió, pero creo que ese error volcó la reflexión hacia el acierto: los miles de millones de dólares que inundan ciertos mercados, algunos eventos y hasta grandes corporaciones no son sino la evidencia de toda la industria que el narcotráfico impulsa como resultado del enorme negocio en marcha.
Si el problema solo fuese económico, quizá hace rato los países del G20 ya habrían legalizado la droga en donde más se consume: Europa y EE.UU. Pero no es económico, se trata de un asunto de poder político y financiero, que determina las agendas hasta sociales del resto del planeta.
Ese narcocapitalismo camufla una cultura construida desde esos países: el consumo solo tiene sentido y vale cuando genera espectáculo, farándula y derroche aberrante, para sostener la imagen de imperios todopoderosos que mañana pueden invadir cualquier país para imponer su visión del mundo y modo de vida.
Los defensores del liberalismo dirán que, ante todo, está en juego el sistema democrático, como si la riqueza o la pobreza se definieran solo por la realización de elecciones o el respeto a las libertades. Esta semana, EE.UU. acaba de publicar sus cifras de pobreza: 49,1 millones de pobres viven en ese país, lo que representa el 16% de su población.
Entonces: ¿cuánto ha servido el sistema democrático en ese país, en Grecia o en España, si cada vez son más los desempleados y las personas que viven con un dólar diario? ¿Están esas personas, en esos países, en condición de reclamar libertad o proponer un candidato cuando su urgencia vital es sobrevivir cada día?
El narcocapitalismo solo se sostiene si tiene por dónde desahogar la presión de la industria militar, que no deja de producir armas, aunque los líderes del G20 proclamen la urgencia de la paz, invadir países para inundarles de pobreza a cambio de “libertad y respeto absoluto a los derechos humanos”.