El rock and roll está lleno de mitos: gente que, con terquedad y dignidad, decidió ser más grande que la vida y lo logró. Personas que se convirtieron en leyendas en vida, aclamadas y respetadas por igual, y que se han convertido en ejemplos para las generaciones venideras. Quiero contarles una historia así.
Era la década de los setenta y había un chico en Nueva York obsesionado con la guitarra. Se dio cuenta de que no quería ser uno más, simplemente tocando las mismas canciones que todo el mundo. "¡Oh no, eso no es suficiente!", pensó. Él anhelaba el Olimpo. Quería ser el martillo de los dioses, al igual que Jimmy Page con Led Zeppelin, o romper las barreras de la percepción y crear los sonidos que nadie más podía hacer, como lo hizo Jimi Hendrix con su Stratocaster.
Este joven eligió el camino difícil. Sabía que desarrollar un talento no solo implica poseerlo, sino ponerlo en práctica. Decidió explorar el mundo de las seis cuerdas por sí mismo, buscando descubrir las posibilidades que su propio instinto le ofrecía. Nunca intentó imitar a nadie ni ser mejor que otros músicos; simplemente quería dar lo mejor de sí mismo a la música y crear obras que le proporcionaran satisfacción artística y espiritual. A los doce años, en Nassau (Nueva York), conoció a otro joven que tocaba la guitarra como nadie. Ambos compartían el deseo de alcanzar la perfección y decidieron ayudarse mutuamente.
Ese joven se llama Steve Vai y su mentor es Joe Satriani. Ese día nació quien, para mí, es el mejor guitarrista del mundo y mi héroe de la adolescencia. La precocidad de Vai fue reconocida por Frank Zappa, líder de los genios musicales de los setenta, quien lo reclutó para su banda y le permitió desarrollar su propia carrera en solitario. Con cuarenta y tres años de carrera, 5 millones de discos vendidos en todo el mundo, 3 premios Grammy y la veneración de varias generaciones, este genio llegó a Quito.
Yo lo admiro mucho por su constancia. No es solo una destreza innata, sino el resultado de la obsesión y el trabajo bien hecho. Mantener una rutina diaria de varias horas dedicadas a la guitarra no es algo que mucha gente pueda lograr durante mucho tiempo, pero él lo ha conseguido. Ha convertido la guitarra en parte de sí mismo y ha creado sonidos que solo un puñado de personas en el mundo son capaces de hacer. Cuando yo era adolescente, no soñaba con ser futbolista ni seguir ninguna otra profesión. Yo quería (y todavía creo que es posible) ser un guitarrista virtuoso. Yo quería ser como Steve Vai.
El 13 de junio, con un Teatro Nacional lleno a capacidad, Steve se presentó con su gira "Inviolate" y aquellos afortunados que pudimos presenciarlo nos dimos cuenta de cómo la perfección se materializa en forma de canciones. No puedo describirlo con palabras precisas, pero el público estaba fascinado: su cuerpo se retorcía con cada nota. Golpeaba y machacaba su guitarra de forma exacta, convirtiéndola en una extensión de sí mismo. Fue una experiencia impresionante. Realmente me siento muy afortunado
Con el paso del tiempo, Steve ha perfeccionado aún más su técnica y ha pulido su estilo. Si buscan una recomendación, les sugiero que escuchen "Building the Church" de su álbum de 2005, "Real Illusions: Reflections". Por favor, búsquenlo en video. La canción comienza con un riff extremadamente difícil, interpretado de manera impresionante con ambas manos. Este sonido se repite y se expande aproximadamente a la mitad de la canción. Muestra las fortalezas de Vai como guitarrista y compositor. Es una canción llena de dinamismo y emoción que sirve como un buen abreboca de la discografía.
Ahora, después de mi desvarío de fan, quiero hablarles sobre la perfección. Creo que en Ecuador le tenemos miedo. Usamos una frase complicada que dice: "lo perfecto es enemigo de lo bueno". Siempre nos asusta dar ese paso adelante que va del 99% al 100%. Implica soltar las amarras y aceptar que la cumbre es un lugar solitario. Nos da miedo ver a quienes lo logran, a pesar de las desigualdades endémicas de nuestra tierra, y lo más preocupante es que intentamos pisar a aquellos que intentan ser "algo mejor". El enemigo de los ecuatorianos somos nosotros mismos, y la idea de que alguien pueda mejorar "es un problema".
Quisiera decirles que es hora (en este momento tan complejo que vivimos creo que vital) de superar nuestros miedos y abrazar la búsqueda de la perfección. No debemos permitir que la mediocridad y la envidia nos detengan en nuestro camino (personal y colectivo) hacia la grandeza. Nos la merecemos. Aprendamos de aquellos que han alcanzado niveles extraordinarios de excelencia, como Vai, y usemos su ejemplo como inspiración para perseguir nuestros propios sueños con pasión y dedicación. Ecuador necesita un reseteo importante de mentalidad, en el que apoyemos y celebremos y apoyemos los logros individuales y colectivos, sin temor a destacar y brillar. Cada uno de nosotros tiene el potencial de ser excepcional en lo que hacemos. Ahora que han fracasado los héroes solitarios, necesitamos de los solidarios: salgamos de nuestra zona de confort, enfrentemos los desafíos con valentía y trabajemos juntos incansablemente para llegar a los límites en nuestros propios campos.
Escuchen a Vai. A mi me mostró el valor del trabajo duro y de la perfección; me lo van a agradecer. Crean en Ecuador, a pesar de nuestra tendencia cainita. Nos vemos en quince días.