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El Telégrafo
Efrén Guerrero

El mundo según el rock and roll. Rompiendo la ley

25 de junio de 2022

Hay un título que todo rockero quisiera tener. Poder sentarse en el Trono del Metal. Los dueños de esa música poderosa y ruidosa ha sido patrimonio de unos pocos. Muchos pueden vender millones de discos, otros pueden hacer fama y fortuna. Pero muy pocos pueden decir que son dueños del metal. De sostener cual Atlas una subcultura mundial que, a pesar de críticas, el pánico satánico y la incomprensión de los medios goza de muy buena salud. 

Rob Halford y los Judas Priest son de los candidatos más claros del concepto. De hecho, ocupan un lugar entrañable de mi corazón. Reyes sin corona, han pasado 50 años demostrando que la estética más clásica y esperpéntica de los clichés del rock sobrevive. Black Sabbath pudo haber dado el sonido. Iron Maiden capaz dio el sentido de grandes estadios. Pero Priest logró general la identidad final. Tocar más rápido y más duro. No tener concesiones ni piedad con el espectador. Machacar las guitarras (cortesía de K.K. Downing y Glenn Tipton), contar sobre los males de Occidente, batería afilada como cuchilla.  Son una formula de éxito infinita y me traen muy buenos recuerdos de adolescencia. 

Si debiéramos empezar con algo de la discografía de Judas Priest, empezaríamos por la cereza del pastel: British Steel, sexto álbum de la banda, editado en 1980 por Columbia, y su primera canción Breaking the Law. Con la característica sorna británica, cuenta la historia de un hombre que está agotado de su vida cotidiana, y decide romper con todo, a través de desafiar todas las leyes conocidas: He roto todas las promesas, hay ira en mi corazón/  No sabes cómo es, no tienes ni idea / Si lo hicieran, también se encontrarían haciendo lo mismo /Rompiendo la ley.

Curiosamente, esta canción me apareció el día martes, cuando se endurecieron las protestas del Paro Nacional. No quisiera hacer repaso de las pretensiones de los manifestantes y del Gobierno, que ya se han escrito ríos de tinta sobre el asunto.  Pero si podemos pensar que los ecuatorianos nos creímos lo de Judas Priest. La Ley, como pacto de convivencia y regla de conducta ha caído en el vacío, y el estado ha hecho poco por recuperar esa argamasa vital para nuestro pacto social. 

Los ecuatorianos desconfiamos de la Ley y buscamos cualquier manera de que esta se ajuste a nuestras cómodas circunstancias personales. Pagamos abogados, y sofisticamos el derecho al punto de que podemos encontrar excepciones para cada uno de los involucrados a cualquier negocio jurídico existente. No tenemos conciencia colectiva y rechazamos el concepto de bien común. Buscamos la necesidad de predadora de esquilmar al estado y a nuestros vecinos con el fin de que nuestras necesidades se satisfagan. Tenemos una conciencia cómoda e individual que desprecia lo público y hace que lo privado sea un mecanismo de enriquecimiento personal y destrucción del prójimo.

Si hacemos de la Ley (que para algo existe, especialmente para limitar el poder del Estado), un instrumento de necesidades personales, como una camisa hecha a medida de nuestra podredumbre moral, no esperemos que las cosas mejoren. Viviremos de Paro Nacional en Paro Nacional, esperando que el Gobierno nos genere una norma adaptada a nuestro metro cuadrado, o que quienes están en el Poder político construyan normas que beneficien a ellos y su camada. 

Dejen la ruptura de la Ley al metal. A ellos les sale mejor, y es mejor para la civilización. Cuando un país entero conspira para desobedecer cualquier norma, y buscamos lugares grises e interpretaciones ambiguas, poco avanzaremos como civilización. Y eso solo se da en el marco  de un diálogo transparente sobre lo que queremos y cuál es el rumbo que queremos tomar. Un diálogo sin presiones y sin violencia. Algo parecido a una conversación entre adultos responsables, cosas que ninguno de los involucrados logra enfocar. 

No rompan la Ley. Pero crean en el rock and roll. Nos vemos en 15 días.  

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