Repetimos hasta el cansancio la idea de que Ecuador es un “país de gente amable”. Que somos un paradisiaco espacio entre la Costa y los Andes, donde nuestra ecuatorianidad se manifiesta en un pacto de amistad sempiterno. Y que, a base de esa amabilidad, la República ha sobrevivido. Que la culpa es de los políticos. Ellos rompieron el pacto y por eso el ostracismo y la Caída es su destino.
Nada más lejos de la realidad. El principio de representación, consustancial de la política, actúa como un límite a esa idea. Esa idea define que, en cualquier sistema de votación, no elegimos más que a aquellos que son más parecidos a nuestra esencia. Es imposible elegir a alguno mejor que nosotros, porque caeríamos en la trampa socrática de la aristocracia. Es contralógico elegir algo peor que nuestra naturaleza, debido a que la autodestrucción (todavía) no es una opción. Simplemente elegimos a nuestro espejo en forma de un político y ese es el problema.
Si ellos son corruptos, no significa que ellos son singularmente malos; son el reflejo de un sistema corrupto hasta la médula. Si ellos son violentos, es gracias a que nuestra confianza interpersonal nos ha puesto en una cadena alimenticia donde el crimen organizado es el depredador alfa. Si los vemos como inútiles e ignorantes, es que su mandato sale de nosotros, aquellos que no pueden terminar un libro en un año.
Shakespeare decía en Julio César. “¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores!”. Nosotros somos los responsables directos. Usamos a nuestros conciudadanos de la misma manera que los políticos nos usan: como objetos para fines personales y no como compañeros de aventuras. La pandemia y el catastrofismo reinante los demuestran. Nuestro “hermano” ecuatoriano es solo el celular robado que compro con menos precio porque “soy un sabido”. El juez ecuatoriano es solo un receptor de sobornos. El policía o el militar simplemente un inútil mientras uno conduce borracho porque es un bacán. Y así. Objetivizamos la relación pública. Peor aún a nivel privado: la salud mental es menospreciada, ponemos a nuestros hijos a entretenerse con un video de Youtube mientras vemos ultra violencia en grupos de WhatsApp y esperamos que todos sean empáticos. Usamos la calle como una trinchera y cada muerte se ha vuelto un mecanismo burocrático.
Todos hemos decidido conscientemente ser el Caín de esta relación. Capaces de destruir y tomar venganza a nuestro hermano, hacemos esa capacidad psicopática una ventaja y educamos a nuestros niños así. Al principio de la Pandemia, decíamos que estábamos todos en un mismo barco. Al final del día esto terminó como el naufragio del Titanic, con escenas de gente congelándose al borde de barcas donde robaban cosas y lanzaban cadáveres al agua. Todo muy normal, muy Ecuador.
Salir de este agujero es aceptar el problema, y parte por empezar a hacer ciudadanía, que o es más que tratar bien a los demás. Eso si los explica muy bien Mike Knopfler, el líder de los extraordinarios Dire Straits. En Brothers in Arms (Vertigo, 1985), se canta sobre un soldado que está muriendo en el campo de batalla, rodeado de sus camaradas, que permanecen a su lado mientras la vida se desvanece. Mark canta sobre el sentimiento de camaradería de los soldados, el hecho de que darían sus vidas el uno por el otro, un testimonio de su amor mutuo. Luego señala irónicamente que los soldados del ejército contrario son muy similares y tienen las mismas emociones cuando van a la batalla. Si me preguntan, esa canción muestra varias cosas de ecuador: la tristeza abrumadora que vivimos este aciago 2022, y que, a pesar de nuestra humanidad compartida, simplemente no parecemos ser capaces de llevarnos bien unos con otros. Y que finalmente, nuestra vocación cainita es ciega al esquema más amplio de en el fondo las similitudes superan con creces nuestras diferencias.
Piensen en esto. Todos estamos metidos en esto. Y nos hacemos daño a diario. Si seguimos siendo el Caín de la vida cotidiana, esto se volverá un infierno. Así de simple.