En medio de esta ola delincuencial y de paranoia y miedos compartidos ha surgido unos discursos paralelos combinados que han sido lamentablemente mal ocupados por miembros de la Administración y líderes políticos: “los derechos humanos hacen x o y cosas” que apoyan a la delincuencia. Las siguientes líneas sirven para explicar un par de cosas que valen la pena para tener claro ese debate.
En primer lugar “los derechos humanos” no son una serie de personas u organizaciones cuyo único propósito es martirizar a los pobres ciudadanos, entregando garantías a criminales para que paseen a sus anchas en el país. Al contrario, son prerrogativas que todos tenemos por el hecho de ser humanos y que su mantenimiento asegura que seamos al menos libre e iguales en una sociedad. Después del rock and roll, es lo mejor que hemos hecho en Occidente. Nos asegura ciertas cosas como derechos laborales, un debido proceso, protección mínima a nuestra propiedad, o la igualdad entre hombres y mujeres. Es gracias a eso que podemos, por ejemplo, tener cosas como movilidad de mercancías (gracias al respeto a la seguridad jurídica y a la propiedad), derechos de autor o de propiedad, más allá de la imprescindible protección a la vida, seguridad y debido proceso.
En segundo lugar, hay un segundo bulo: “los derechos humanos impiden la actuación las fuerzas de seguridad”. Nada más lejos de la realidad. En ningún sitio de la legislación nacional o internacional se prohíbe que los operadores de los cuerpos y fuerzas encargados de la protección de la defensa externa y la seguridad interna no puedan aprovechar su entrenamiento para reducir y detener a cualquier sospechoso de cometer un delito. Más bien aseguren que sus actividades estén garantizadas por la legalidad y que los actos que se hagan con equipo y entrenamiento pagado por los contribuyentes sea bien invertido. Es el uso progresivo de la fuerza, y si, legalmente incluye el uso de la fuerza letal en la forma que sea necesaria. En contrapartida, el estado debe asegurar condiciones ´para que eso no suceda: redistribución de ingresos, políticas públicas sostenibles y sentido común en el gasto público. No se trata ni de vivir en el Salvaje Oeste ni en una distopía de control total, sino de un sistema equilibrado.
Un tercer elemento (y más estructural) es asumir que “estos grupos (los que protegen derechos humanos) desestabilizan a cualquier régimen”. Lo que sucede es que Ecuador es un país donde tenemos 18 millones de almas que hemos decidido como un deber cívico hacernos daño los unos a los otros, y eso genera niveles de responsabilidad, no solo personal sino legal. Y ahí está el detalle: el respeto a las prerrogativas ciudadanas implica tener un sistema de coacción social. Un sistema judicial honesto, que otorgue certidumbres. Un Estado que garantice servicios, no tristezas. Hospitales y Escuelas funcionales. Todo eso se garantiza con los derechos fundamentales, que sirven como mecanismos para medir qué tan correctamente funciona el aparataje estatal y sus funcionarios.
Finalmente, nos da un poder contra mayoritario y evita el pensamiento en manada. “Cuando alguien piensa que tiene razón, es cuando la verdadera crueldad comienza a salir" Una de nuestras principales fallas como especie es que el pensamiento en manada termina siempre afectando a cualquier minoría. Ese es el truco más importante de los derechos humanos, y que asegura que haya una puerta de salida que impide que una mayoría social al creer que tiene la razón.
En suma, estas cuatro razones deberían ponernos a todos a repensar. Tal vez te caiga mal un defensor o defensora de derechos humanos. Pero eso es cosa tuya. Negar elementos que sirven para protegernos de excesos y lograr rendición de cuentas deben ser usados y no denostados. Espero que haya un mejor diálogo entre el Gobierno y la sociedad civil que logre que todos cumplamos los derechos y sea nuestra obligación la protección de los demás. Y que hay gente que decide tomar ese riesgo. Como Steve Biko, a quien Peter Gabriel le escribió una canción en 1980 después de que muriera en manos de autoridades sudafricanas. O Marvin Gaye en 'What's Going On' (1971), . Alejándose de su sonido tradicional Motown, Gaye se enfrentó a la brutalidad policial con quizás su mejor canción. Es en el fondo lo que planteaba la Creedence Clearwater Revival, porque en 'Fortunate Son' (1969) muestra como a poderosa élite del país presionan por una guerra en la que nunca tendrían que involucrarse directamente. El mensaje es simple: a través de cumplir nuestros derechos y obligaciones nunca estaremos en una batalla que no tengamos que pelear en una primera ocasión.
Esperemos que esta dialéctica inútil entre políticos y actores sociales termine y empecemos a actuar de forma más cercana a una ciudadanía y lideres que en el marco de una República, ejerzamos nuestra libertad de expresión y dejemos de usar nuestros mejores logros jurídicos, cabezas de turco de estériles confrontaciones políticas.