Es diez de diciembre, Día de los Derechos Humanos. En 1948,los países devastados por la Segunda Guerra Mundial construyeron un sistema basado en derecho. Una "regla de mínimos" que buscaba evitar la impunidad. Desde entonces, han pasado muchos años, pero hoy la situación parece más sombría que nunca. El crimen organizado desafía a todas las naciones, erigiéndose como enemigo común de la humanidad. Vivimos en el Antropoceno: el equilibrio ecológico, los sistemas de vida y la provisión de alimentos están amenazados. Millones de personas emprenden flujos migratorios, huyendo y en busca de un lugar donde ganar dinero, escapar de la violencia, o todo lo anterior. Mientras tanto, la política parece atrapada en el inmediatismo yla frivolidad.
No es mi intención ser pesimista, pero el futuro parece trazarse en líneas aún más inquietantes. Dictaduras constitucionales y legitimadas por la postverdad emergen en una modernidad líquida, donde la inmediatez y la opinión prevalecen sobre la razón. Las instituciones democráticas, que deberían protegernos de los abusos del poder, se encuentran debilitadas, eclipsadas por líderes y narrativas que las vuelven obsoletas. Vivimos en un planeta de cacrócratas: un sistema gobernado por los menos calificados, los más corruptos o los peores en su gestión. Decisiones autoritarias o imprudentes se toman bajo el pretexto de resolver problemas, pero, en muchos casos, solo los agravan.
Entonces, ¿qué valor tienen los derechos humanos en este contexto? Justo ahora, cuando más se necesitan. Es urgente construir algo mejor, y sólido. Necesitamos combatir la impunidad y asegurarnos de que los políticos respeten las reglas del juego. Esto implica entender que la justicia social no se traduce en migajas, sino en prosperidad y dignidad para todos. Obliga a fortalecer las instituciones para que sean garantes de derechos, no herramientas al servicio de gobiernos de turno. Requiere, además, que seamos más humanos y menos autómatas.
En este panorama, canciones como Walk de Pantera resuenan profundamente. "Be yourself, by yourself, stay away from me" no solo es un grito de autenticidad, sino un llamado a marcar límites, a respetar y exigir respeto. Es, irónicamente, la forma más metal de decir: "Sé amable". Porque, aunque parezca contradictorio, esta música, con su crudeza, calma y libera. Cada riff del gran Dimebag Darrell nos recuerda que la verdad nos hace libres, que debemos despertar y ser mejores personas. La defensa de los derechos humanos necesita ese espíritu: firmeza, autenticidad y coraje para enfrentar los abusos sin bajar la cabeza.
En este fin de año, necesitamos más cuestionamiento y esperanza. Pero no flores ni chocolates, sino verdad y determinación, porque defender los derechos humanos, exige coraje, autenticidad y compromiso con la verdad. Crean en el rock and roll. Felices fiestas.