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El Telégrafo
Efrén Guerrero

El mundo según el rock and roll: a-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom

03 de julio de 2023

En toda creación humana, existen piedras fundacionales, lugares y personas donde todo se sostiene y hacia donde todo se dirige en algún momento. Uno de esos lugares es el rock and roll, y es importante ser muy claro al respecto: la mejor forma de música de la historia de la humanidad fue inventada por un hombre homosexual de Georgia. Y me siento muy orgulloso que así sea. De él se trata esta historia.

Antes de Elvis, antes de los Beatles, antes de los Stones e incluso antes de Chuck Berry, estaba Little Richard, el Arquitecto, el Profeta. Él aportó a la humanidad el sonido básico del rock and roll: agresivo, punzante y muy divertido, así como la actitud de ser uno mismo y al mismo tiempo ser más grande que la Vida misma. En su camino, hizo que los años cincuenta dejaran de ser aburridos y se convirtieran en el prólogo de una revolución cultural que estaba por venir.

Sin embargo, las raíces de nuestro héroe no siempre fueron fáciles. Little Richard también era humano. Su nombre entre los mortales es Richard Wayne Penniman y nació en Macon, Georgia en 1932. Provenía de una familia humilde, y su padre lo expulsó de su hogar debido a su sexualidad. De hecho, si leemos alguna biografía o vemos documentales sobre él, nos daremos cuenta de que su identidad en relación a este tema siempre fue el más complicado para él, su entorno, los productores musicales, las radios y la conservadora sociedad de esa época. Renunció y volvió a diferentes alcances de su identidad en múltiples ocasiones a lo largo de su vida, incluso se convirtió en pastor y propuso matrimonio a una mujer. Era la dualidad del “pecador” y el “santo”, todo en una sola persona.

Pero al principio de su carrera, no fue un camino fácil. Cuando lo sacaron de su casa, buscó refugio en clubes queer, donde incluso actuó como travestido. En sus actuaciones habituales, lucía maquillaje y ropa llamativa. ¡Y su música era explosiva! Era una ruptura total, un abandono de convenciones. Era como quemar las naves. Lo sorprendente era su habilidad para ser políticamente incorrecto. Hablaba con naturalidad sobre el sexo y la sexualidad (incluso se autodenominaba la "reina" del rock and roll). Decidió hacer lo impensable con una dosis de provocación y maldad. Mezcló el espíritu del góspel, su potente voz y el ritmo sincopado del blues para crear algo nuevo, impresionante y rebelde, que más tarde se conocería como rock 'n' roll.

En el camino a la cumbre, todo héroe tiene su arma secreta, y esta apareció el 14 de septiembre de 1955 en los estudios J&M en Nueva Orleans. Cuenta la leyenda que Richard tenía que grabar rápidamente, ya que la mañana había sido desastrosa: había grabado, pero Bumps Blackwell, su productor, sentía que algo fallaba. Entonces le dijeron que se tomara un descanso. Como la estrella que era, se fue a un bar y luego regresó al estudio y se sentó al piano. Y todo comenzó con una palabra: "a-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom".

La canción resultante era extravagante y obscena, llena de dobles sentidos. Nuestro protagonista continuó con su leyenda con la ayuda inestimable de una aliada, Dorothy LaBostrie Black, quien en tiempo récord hizo una versión suavizada que pudiera ser vendida sin que la Policía, la Guardia Nacional y todo el Ejército estuvieran llamando a su puerta. Así nació "Tutti Frutti", la primera canción real de rock and roll, que vendió 18 millones de copias en el álbum "Here's Little Richard". En tan solo un año, se hizo tan famosa que incluso Elvis tuvo que incluirla en su primer disco con la RCA, en 1956. Ser el Rey implica rendir homenaje al Arquitecto.

Todos los amantes de la música debemos agradecer a ese hombre que decidió construir un estilo de música y de vida a partir de la lucha por su identidad; y cómo la ambigüedad, la ruptura y la agresión juguetona nos permiten encontrar la felicidad. También debemos agradecer a figuras como Rob Halford, Sir Elton John, David Bowie, Freddie Mercury y tantos otros que abrieron caminos en los que el rock and roll se convierte en un lugar de encuentro, concordia, aceptación y celebración de la diversidad.

En un mundo tan complejo y violento, la diversidad y la diferencia son las que nos aseguran el progreso. Hagamos que el camino de Little Richard haya valido la pena. No hay nada más triste que los armarios de una sociedad que convierte la orientación sexual en motivo de discriminación y ostracismo. Seamos felices. Vivamos con un poco de "a-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom". ¡Nos vemos en quince días!

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