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El Telégrafo
Efrén Guerrero

El mundo según el rock and roll. Track 1. Intro

22 de enero de 2022

“Diario El Telégrafo debe estar en crisis como para dejarme escribir aquí”. Es lo único que se me ocurrió decir, cuando me llegó una amable invitación para juntarme a la plana de articulistas de este ya centenario medio de comunicación. ¡Esto es fantástico!, pero también un reto del qué surgen un par de preguntas: un hijo de vecino como yo, ¿qué puede decir que otros editorialistas —más serios y decentes—, puedan decir? Y la otra, ¿cómo decirlo sin volverse un polemista tradicional de la prensa ecuatoriana contemporánea, que usa los medios para dirigir la atención hacia él y su ego, y no hacia esos grandes temas a los que pretende referirse?

Para esas preguntas voy a arriesgarme a una respuesta: tratar de usar la única herramienta creo dominar completamente. La que me ha salvado la vida más de una vez y que es la fuente sempiterna de toda sabiduría. La que tiene una mitología apasionante y que ha logrado volverse en medio de un mundo de postverdad, fake news y democracias tambaleantes la única muestra de una Verdad (esa, con mayúsculas), algo parecido a una guía moral.

No, no es la Ley. Peor la política. Es el rock and roll.

Esa cosa maravillosa que fue creada en el choque el country, el blues, el jazz y las sociedades cambiantes. Eso que ha sido causa y objetivo de revoluciones, golpes de estado y batallas judiciales. Eso que no tiene ni dueño, ni patria, ni bandera, y que es una agradable presencia en todas las playlist del mundo. Eso que es compartida por igual por el CEO de la corporación transnacional, como el taxista estacionado al pie ese edificio. Eso. En lo que sí creo.

Esta columna buscará explicar los pequeños y grandes conflictos de la vida a la luz del rock and roll. Eso tiene razones evidentes. En primer lugar, es lo mejor que hemos hecho como civilización y no podemos negar esa realidad grande como una catedral. En segundo lugar, es de esas cosas que pocos podrán decir que no nos une. En tercer lugar, y más importante para nuestros propósitos: los líderes mundiales actuales son todos nacidos y crecidos en un entorno de música popular. Lo que escuchan muestra mucho de quienes son y puede ayudar a predecir sus acciones: Gabriel Boric, próximo mandatario de Chile, es un fan de Tool y Deftones y no ciega su amor por el metal de los noventa. A Vladimir Putin, le gusta el pop rock de los setenta. Dicen que Thin Lizzy y Elton John están entre sus músicos favoritos. No lo digo yo, lo dicen ciertas fuentes. De hecho, nosotros sabemos que cierto exvicepresidente en estas tierras ecuatoriales es muy fan de Metallica, quienes ya tienen en su haber el doble y extraño mérito de generar el primer gran juicio de propiedad intelectual en Internet (versus  Napster), y que han sido acusados de inspiración para crímenes más de una vez.

En ese sentido, podemos entender lo que sucede en el mundo con la música que se escucha, lo que los líderes disfrutan en la soledad del Poder, y lo que se vuelve la banda sonora de nuestros actos más colectivos y profundos, siempre unidos a alguna canción.  La evidencia está de nuestra parte y espero que eso haga que estos textos amorticen el tiempo del lector. En ese sentido, trataré de estar a la altura de las circunstancias con las siguientes reglas. La primera: todo lo que escriba aquí no es responsabilidad de El Telégrafo. Es mía y los tomatazos deben venir hacia acá. Dos, me falta mucho por escuchar y en consecuencia  dependerá también de ustedes que me den ideas. En tercer lugar, trataré de darles algo que pensar, y no algo por lo cual preocuparse. Si quieren polémica y venenosos ataques ad hominem, vayan a las redes sociales.

Con eso, crean en el rock and roll. Vacúnense. No hagan daño a los demás.  Nos vemos en 15 días.

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