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El Telégrafo

¿El modelo LFC pasó de moda?

22 de junio de 2011

Algunos tratadistas hablan de la estrategia del escándalo. Otros menos ortodoxos aconsejan usarla coyunturalmente para posicionarse, luego las encuestas dirán. Y también hay asesores que recomiendan, al mejor estilo clásico, dar el golpe, aniquilar mediáticamente al enemigo y luego demandar de la ciudadanía reconocimiento. Para esto, claro, cuentan con el apoyo de ciertos medios, sin ellos no tiene sentido nada. De hecho, los hilos que tejen con las redacciones de los diarios ayudan mucho: “Te voy a pasar una ‘bomba’”.

Bajo ese esquema, el propósito real es aparecer como los defensores de la dignidad, la ética y el bien público.

Mucho más cómodo si para eso gozan de la inmunidad parlamentaria y la complicidad de ciertos medios. Manuel Castells, en su libro Comunicación y Poder, desarrolla todo un capítulo sobre el tema. Y señala datos: la mayoría de políticos tradicionales europeos, estadounidenses y latinoamericanos saben el efecto que tiene una denuncia de corrupción, abuso y/o acoso sexual contra una persona honesta o que aparentaba esa condición y constituía un potencial candidato o rival político. Enumera hechos que a la larga terminan en nada y sólo a favor de un supuesto éxito político. El mismo autor, catalán y celebrado por su gran obra La era de la información, analiza cómo ciertos políticos usan el escándalo como herramienta de exhibicionismo político, para lo cual se erigen como los portadores de una moralidad y hasta de una dignidad que sólo es destruida cuando ejercen cargos donde pasan al otro lado de la vitrina.

En Ecuador ese modelo lo instaló con relativo éxito un ex legislador y luego Presidente de la República. Muchos han querido imitarlo. Hoy, dos asambleístas de oposición están en eso: lanzando lodo con ventilador, enviando boletines de prensa infames y proclamándose abanderados de la ética. Algunos diarios titulan con base en sus declaraciones y luego, cuando se conoce la verdad, se olvidan de rectificar o por lo menos corregir.

Las preguntas de fondo son: ¿Cuánta responsabilidad pública hay en estos personajes? ¿Cuáles son sus verdaderos objetivos políticos? ¿Quieren ser como ese ex presidente y lo imitan ridículamente? ¿Qué responsabilidad tienen los medios, como dice Castells, en armar escándalos que luego deslegitiman la democracia y sirven para cosechar a costa de la infamia y la deshonra de las personas?

Por suerte, el Ecuador no traga ruedas de molinos. La lucha por una democracia verdadera también pasa por desechar a los copiones de modelos perversos con intenciones oscuras.

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