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El Telégrafo
Juan Francisco Román

El malagradecido

27 de julio de 2021

Creo que todos sabemos de quién estamos hablando. Exacto de Richard Carapaz, este señor que cree que puede ir por la vida diciendo que sus victorias son de él, que no se cree lo suficientemente ecuatoriano para agradecer a su país ¿Entonces para que se pone la camiseta del Ecuador? ¡Qué se cambie la camiseta a la República independiente de su insufrible ego!

¡No, y mil veces no! ¡Están equivocados si piensan así!

El pasado sábado, entre el canto del gallo y la mañana ecuatoriana, nos despertábamos con un suceso increíble, algo positivo, un ecuatoriano, con piernas de acero, había alcanzado un puesto entre los Dioses del Olimpo. Sí, como lo escucharon, alguien desconocido entre tantos desconocidos, pobres y abandonados, se había convertido en una deidad deportiva. Su nombre, para que nadie se olvide es Richard Carapaz.

Todos, sin excepción, estábamos extasiados y nos levantamos a gritar, llorar, escribir; la sociedad ecuatoriana entera se golpeó el pecho, gritamos ¡Ecuador, Ecuador, Ecuador! Hasta que a este señor le dieron un micrófono. Todos volvimos al silencio, y las reacciones fueron diversas.

Es que Richard había dicho “esta victoria me pertenece a mí, a los que confiaron en mí, a mí familia… El Ecuador nunca creyó en lo que podía hacer” ¡Cómo te atreves Richard! No faltaron las voces de descontento, los retiros de apoyo ¡Qué se largue! Dijeron algunos; por otra parte, otros, se pusieron de su lado, le dieron la razón. Bajamos la cabeza con profunda vergüenza y rabia. Richard había dicho una gran verdad, el país solo eran unas letras en una camiseta, su país lo abandonó, y ahora, no tenemos el derecho de festejar con él.

Dejemos la manta oscura y mentirosa del patriotismo falso, el Ecuador es un país altamente inequitativo, muy poco justo y extremadamente olvidadizo. Los deportistas, los artistas, los literatos, son poco o nada apoyados, financiados, peor aún encaminados; y nosotros, los ecuatorianos, lo sabemos, solo falta ver a la gran Glenda Morejón correr con zapatos rotos. Se nos debería caer la cara de vergüenza.

Pero ¿Qué hay detrás de esto? Pues queridos y amables lectores, hay lo que siempre hay, palabras lindas, bellas, literarias y hermosas dentro de los textos legales que regulan a la actividad deportiva, más leamos solo una parte de la Constitución de la República que nos habla respecto al asunto:

Art. 381.- El Estado protegerá, promoverá y coordinará la cultura física que comprende el deporte, la educación física y la recreación, como actividades que contribuyen a la salud, formación y desarrollo integral de las personas; impulsará el acceso masivo al deporte  y a las actividades deportivas a nivel formativo, barrial y parroquial; auspiciará la preparación y participación de los deportistas en competencias nacionales e internacionales, que incluyen los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos; y fomentará la participación de las personas con discapacidad.    

El Estado garantizará los recursos y la infraestructura necesaria para estas actividades. Los recursos se sujetarán al control estatal, rendición de cuentas y deberán distribuirse de forma equitativa.”

¡Es un mandato Constitucional! Y, aun así, los dioses sobre tierras andinas que cometieron el pecado de nacer aquí, no pueden reclamar cuando topan el cielo habiendo pasado el infierno.

Voy a repetirlo como el loco que soy, las palabras están muertas en nuestra Constitución y nuestra ley, porque las escribieron para leerlas, cuando estas palabras son para hacerlas y nosotros, los dueños de la sociedad, lo queremos colgar a Richard por decir una verdad con todas sus letras. El Ecuador los abandonó, el país no tiene derecho a pedirle que nos entregue su gloria. Richard es un carchense nacido en barro y mugre, con piernas fuertes como la mismísima montaña que lo parió. Richard es lo que el país quiere ser, pero no puede, y cuando puede, no se lo debe a nadie.

Hay ecuatorianos extraordinarios, tan extraordinarios, que se vuelven leyenda por encima de su propio país.

Vi, con atención a todos los detalles cuando izaban la bandera ecuatoriana en los juegos olímpicos después de la anhelada victoria, lo veía a Richard, solo a sus ojos, la mascarilla escondía lo no esencial. Él lloraba, escuchaba el himno y lloraba, pero sus ojos no tenían felicidad ni orgullo, talvez es una interpretación mía, pero Richard veía a la bandera y estoy seguro que se le pasó su vida entera por los ojos. Su bicicleta oxidada, la sonrisa de su mamá cuando llegaba de ir a hacer sus compras de niño en esa bicicleta, el hambre, la pena, las puertas cerradas, la expulsión del Comité Olímpico, la frustración, la ida a Colombia a rogar, la ida a España a surgir ¡Qué momento! Perdóname Richard, yo te vi y también lloré, como niño lloré. Es que ver a alguien como tú, estar donde estas, a pesar de todo nos lleva a reflexionar a un país entero. Podemos ser todo, no sabes querido Richard lo que acabas de hacer, nos haces soñar en grande.

El deporte, los derechos, nuestros recursos, están en bolsillos de persona como “el come cheque”, los “empresarios jóvenes que revendieron las medicinas del IESS en la pandemia”; perdonen la desdicha amigos, es que se me abrió la herida de este país de nuevo.

No queda más que darles la razón a los gritos de nuestros deportistas, su abandono es lo que tienen y, por encima de esto, se ponen la camiseta del Ecuador. Nada que reclamarles, no seamos insolentes.

Mandémonos a callar, aplaudir desde las tribunas, no hemos contribuido en nada, solo esperamos (reclamemos), que la estructura del Estado cumpla con las promesas constitucionales y evite estas vergüenzas sobre las glorias que nos dan nuestros deportistas, nuestros artistas, nuestra gente.

Gracias Richard Carapaz por vestirte de oro puro, eso eres, oro puro, los malagradecidos somos nosotros, no tú.

El legado que dejas a este país, es eso, enseñarnos que, con sacrificio, y sin la ayuda que el gobierno nos debe dar, podemos llegar allá, donde estas y ser leyenda.

 

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