Chiapas y Oaxaca están en el lugar de las flores. No hay cosa ahí que no sea al mismo tiempo y desde siempre una flor. En tiempos inmemoriales, las mujeres mayas sembraron las flores en sus blusas huipiles. Ellas aún cargan sobre sus pechos universos de pétalos y chimalxochitl.
Las flores han vivido desde hace miles de años su propia vida, acompañando la vida de sus pueblos. La gente nahua también hizo surcos de flores en su lengua, plagada de largas palabras, como chalchihuitl, la voz con la que se designa lo bello. Si uno desea tocar el corazón de Chiapas, hay que escuchar los cincuenta sonidos de las flores.
Si queremos abrazar a los nahuas de Oaxaca después del sufrimiento, debemos decir en voz alta: In quetzalin quechol in tototl ipan mochiuhtinemi o in Nezahualcoyotzin o in xochitl ic paqui Hoo alilili, porque en su mundo, aun después de las desgracias, quedan vivas las palabras y el pájaro rojo se alegra floreando.
Un poeta nahua dejó dicho antes del cataclismo provocado por la invasión europea: “Con valiosas flores me hice un collar, gozo de variadas flores, con ellas bailo: la bella florescencia de flores amarillas son mi cayado, son mi abanico”. En los Cantos de angustia rescatados en el siglo XVI, los nahuas dicen, cual código de vida: “Doy placer a tu corazón, oh tú por quien se vive: ofrezco flores para ti, elevo cantos a ti”.
Las sociedades originarias ubicadas en la costa del Pacífico del actual México conformaron un sistema mundo junto con los demás ubicados hacia el sur, entre ellos los quechuas y los manteños. Sus contactos se activaban a partir de una peculiar organización económica, basada en el valor de intercambio de bienes exóticos, como el jade, las esmeraldas y la concha spondylus. Producto de la resistencia cultural contra el colonialismo iniciado en el siglo XVI, sobrevivieron más de 18 etnias que hoy se asientan en el extenso y viejo territorio de México occidental, cuyos ancestros parieron a los poetas de las flores y el habla náhuatl.
Los pueblos mayas y mexicas no parecen haber encontrado después de la Conquista, el Quenonamican, donde de alguna manera se sigue existiendo. Aunque Chiapas-Oaxaca es el lugar de las flores, contradictoriamente es también el sitio de mayor violencia, pobreza y desigualdad de todo México. El femicidio, que afecta particularmente a mujeres indígenas, es uno de los más altos del continente. La acción del Estado oligárquico ha dado lugar al dominio de fuerzas paramilitares para acabar con formas de protesta social, como la liderada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que se movilizó desde 1994 demandando, democracia, libertad, tierra, pan y justicia para los pueblos indígenas marginados y explotados desde la conquista española hasta la actualidad.
En Chiapas y Oaxaca se estremeció la tierra en la madrugada del jueves 7 de septiembre. El terremoto que azotó a la costa mexicana, el más fuerte de los últimos tiempos, es un preludio de tiempos muy difíciles para una de las zonas de mayor injusticia social que lacera la impronta cultural de nuestra América Latina.
“No dos veces se nace, no dos veces es uno hombre: solo una vez pasamos por la tierra”. (El enigma de vivir). “Solo breve tiempo aquí; aunque sea jade, también se quiebra, aunque sea oro, también se hiende, y aun el plumaje del quetzal se desgarra: No por siempre en la tierra, solo breve tiempo aquí” (Poesías Náhuatl. Manuscritos de la Biblioteca Nacional de México). (O)