El invierno de 1978, en toda Europa, fue de los más crudos y fríos de lo que caminaba el siglo, empero la Alcaldía de Madrid, presidida por el socialista popular Enrique Tierno Galván, invitó a la comunidad de la capital española a un seminario denominado “Literatura del exilio”, el mismo que encabezaba el intelectual español Jorge Semprún,
conocido en la mayoría de los países de habla hispana y francesa por su aporte a las letras universales.
Las páginas culturales de algunos periódicos, monárquicos como el ABC, vaticinaban el fracaso del evento, en una mezcla de malos augurios por las transgresiones del clima y del poco interés de lo ciudadanía por la “historia pasada”, sin embargo, una vez más, los profetas del desastre se equivocaron medio a medio y, al contrario de sus criterios deleznables, una muchedumbre ávida de manifestaciones culturales copó el “Teatro de la Villa” y sus alrededores, en una helada pero gloriosa noche madrileña.
Así entonces, el prisionero número 44.904, del siniestro campo de concentración nazi de Buchenwald, estaba frente a nosotros. Los cientos de participantes de este inolvidable acontecimiento académico reconocimos al protagonista de cien combates del espíritu, al luchador social tenaz, al humanista convencido, al escritor talentoso, constructor con las palabras de monumentos literarios y, especialmente, al ser humano con una corriente de vida y pensamiento absolutamente coherentes desde las raíces de sus actos cotidianos y durante toda su existencia de valiosa acción creadora.
Semanas después, con la ayuda de un común amigo -el prosista chileno Agustín Palazuelos-, pude acercármele personalmente, y en su residencia nos recibió en su patio solariego, con sendas copas de vino, y luego conversamos muchas horas. Los hechos dolorosos y relevantes de su vida no estuvieron exentos en esas pláticas, aunque nos confesó su reticencia a verter en cuartillas su terrible experiencia en manos de las SS hitlerianas, en tiempos donde el desprecio por la condición humana era un lugar común, luego se hizo el silencio y abandonamos la estancia conmovidos.
En años posteriores conocimos de su libro fundamental “El largo viaje” con algunos de los pasajes sustanciales que nos relató en una -para mí célebre- tarde de domingo.
Hoy su existencia física se ha rendido ante la tierra, pero su largo viaje continuará siempre, siempre.