El pasado miércoles el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lanzó la edición 2011 del Índice de Desarrollo Humano (IDH). En general da cuenta que el IDH ha mejorado en las últimas décadas, sobre todo para los países pobres que han invertido mayores recursos en salud, educación e ingresos y que, a su vez, han mejorado el desarrollo de la democracia social. Sin embargo, deja claro el informe que la humanidad enfrenta dos graves peligros: Uno, la sostenibilidad ambiental, y dos, el empeoramiento de la desigualdad en la distribución de los ingresos.
Es decir, que si se quiere que la humanidad mejore sus condiciones de vida, en términos de calidad, más que de consumo, es necesario y urgente incluir el problema de la sostenibilidad de un sistema de producción global, como de consumo que va en contra de la preservación ambiental a nivel planetario; además, que ese mismo sistema de producción-consumo, contradictoriamente, requiere que grandes poblaciones se proletaricen a nivel planetario para que otras poblaciones vivan un falso bienestar social. Por lo tanto, la distribución y redistribución de la riqueza no pasa, solamente, por políticas sociales, sino por un cambio de sistema social de vida.
No solo es un problema de un país, sino del sistema mundial sumergido en un modelo de internacionalización de la riqueza en pocas manos. Las crisis recurrentes, no son solo en términos económicos, nunca lo han sido, sino que la economía expresa la dinámica de las contradicciones nacionales y mundiales. Así el propio modelo de Estado-Nación ha entrado hace décadas en una profunda crisis estructural.
Un callejón sin salida, si es en los propios términos que el capitalismo impone. De no haber cambios estructurales, el propio IDH no tendrá sentido, ya que se demuestran las contradicciones entre desarrollo de la humanidad y la desigualdad cada vez más profunda, que cuestiona la materialidad de la democracia.
Los pueblos han dejado de ser usuarios de un discurso de la democracia sin su correspondiente materialidad, es decir, que la libertad y la democracia fue perdiendo valor moral y ético en medida en que el empobrecimiento saturaba todos los ámbitos de la vida social. Precisamente el neoliberalismo impulsó estructuralmente los mayores desequilibrios que ahora la vieja Europa padece gravemente. Y es América Latina la que emerge, después de severas lecciones, con una clara visión de exigir mayor equidad social en el mundo.
Ecuador ha mejorado su IDH, ocupa en 2011 el puesto 83, llegando a ubicarse en los países de “alto desarrollo humano”. Sin embargo, debe profundizar la lucha por reducir la desigualdad en la redistribución de la riqueza, en un mundo profundamente interconectado y horrorosamente injusto, a causa de un capitalismo barbárico.