Publicidad

Ecuador, 22 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

El imperialismo en tiempos de Restrepo y Peralta

08 de septiembre de 2016

Misiva:

16 de septiembre de 1901
Nueva York, 124 West. 34H. Street
General Eloy Alfaro Delgado

Sepa usted que “... con la entrada al poder en esta gran nación del Sr. Roosevelt como Presidente, quien se dice es la encarnación del imperialismo, estamos temiendo que aprovechen el pretexto de mediación entre Colombia y Venezuela, la pretendida amenaza a la soberanía de Colombia en el Istmo, o cualquier inmenso ‘bluff’ yanqui, para que se nos echen encima y nos devoren”.

Su afectísimo amigo y S.S. Antonio J. Restrepo.

Este sui géneris fragmento de carta, escrito hace mucho más de un siglo, es testimonio del nacimiento y desarrollo del imperialismo norteamericano. En perspectiva actual, parece natural que nosotros, los entreverados entre el siglo XX y XXI, tengamos conciencia y sintamos en la piel la presión del imperialismo; en cambio, parece inverosímil que hombres del siglo XIX lo hayan percibido y conceptualizado con tanta claridad y acento hasta lograr recomponer una voz  intemporal. Mas lo cierto es que en aquellos tempranos tiempos los patriotas latinoamericanos observaron la sustitución de los viejos imperialismos europeos por el fenómeno norteamericano, el mismo que con renovadas formas de control político y económico buscaba convertir a los países latinoamericanos en su patio trasero.

Simón Bolívar fue uno de los primeros en sentenciar que Estados Unidos parecía destinado por la Providencia a “plagar la América de miserias a nombre de la libertad”. Poco después, a finales del siglo XIX, José Martí, el gran prócer cubano, dijo que todo cuanto él había hecho tenía como objetivo final impedir que Estados Unidos extendiese su fuerza sobre “nuestras tierras de América”.  

Pero entre todos, José Peralta fue quizás quien mejor dibujó a calco el imperialismo norteamericano, cuando ya añoso pudo constatar durante las primeras décadas del siglo XX la consolidación de esa fuerza política y cultural descomunal.  Con racionalidad y pálpito identificó el positivismo anglosajón como la médula en la que se germinó ese espíritu dogmático que no reconocía “más brújula que el interés y la ganancia; otro estímulo de la actividad humana, que la acumulación constante y progresiva de riqueza; otra finalidad del Estado, que la dominación y hegemonía sobre los demás Estados”, porque los yanquis se creían los supremos civilizadores y moralizadores de los pequeños Estados de América Latina, para traslapar su designio de “dominación y hegemonía sobre los demás Estados”.

Clarividente, Peralta visualizó la religión cuya divinidad era el dólar empotrado en el altar de una caja fuerte: “La vanguardia yanqui es el Dólar en sus infinitas combinaciones, en sus diversas formas de lazo aleve, hipócrita y certero, tendido hábilmente alrededor de las codiciadas víctimas”, dijo don José, quien distinguió, además, la especulación como el elemento sustancial del sistema, por lo que advirtió los designios de las misiones financieras, que cuales ‘malabaristas’ ofrecían millones para impedir la soberanía económica de nuestros países.

Hablándonos en la nuca, nuestro gran radical azuayo nos anticipó finalmente que la salvación de nuestras naciones estaba en “mancomunar nuestra suerte, en unirnos sinceramente con el fin de prestarnos mutua ayuda, para una defensa eficaz y justa contra el imperialismo que nos amenaza”. Sin lugar a dudas, José Peralta nos habló para hoy. (O)

Contenido externo patrocinado