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El Telégrafo

El guiño del nobel a la vejez

19 de noviembre de 2013

Reivindicando el espacio del lector casi siempre desierto, me voy a referir a la novela de Mario Vargas Llosa: El héroe discreto, ‘éxito de librería’, calificación establecida por el mercado de libros para los títulos más vendidos temporalmente.   

El célebre autor explica el refrito por la nostalgia que siente de los personajes de sus obras anteriores  que se niegan a desaparecer (Elogio a la madrastra, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, ¿Quién mató a Palomino Molero?).

La trama se refiere a uno de los sectores más vulnerables en nuestro medio: la ancianidad. Mientras los niños inspiran espontáneamente simpatía, lo contrario sucede con los ancianos, con su caminar lerdo por el desgaste de sus músculos o envarado para disimularlo, su suspicacia ante la sociedad que no lo perdona haber vivido tanto lo vuelve antipático, si es inteligente y está lucido su memoria lo torna peligroso por lo que la gente llama ‘sus chismes’ y todo estalla cuando al cobrar su ridícula pensión de jubilado en el banco encuentra tres o cuatro contemporáneos que le anteceden en la fila con trámites larguísimos de sus patrones que de esa forma aprovechan a su favor la ventanilla bautizada pomposamente ‘Tercera edad’. Entonces el anciano, al final de la vida, entiende que los arquetipos de la sociedad moderna le han fallado: La banca y el Seguro Social.   

Los ancianos a los que se refiere la novela no son como los de la broma anterior, son gentes pertenecientes a diferentes estratos sociales que han hecho fortuna, pero sus descendientes inútiles quieren exterminarlos para usufructuar las herencias. Tampoco han tenido suerte con sus afectos conyugales a los cuales recurren en el ocaso de sus vidas con diferentes resultados. En el paralelismo del relato, uno de ellos, Felícito Yanaque, lleva la peor suerte: enfrenta con éxito la amenaza de extorsión, pero el extorsionador -para su desgracia- es su hijo, el cual convive con su amante (Dramón marca Corín Tellado, salvado magistralmente por el autor.).                              

Vargas Llosa vive en España, donde la actual crisis financiera ha generado seis millones de desempleados. Los abuelos la han enfrentado gallardamente protestando en la Puerta del Sol y solidariamente, con su escasa jubilación, cubriendo necesidades básicas de la familia, sobre todo la comida de los nietos y acogiendo en casa a sus hijos arrojados por no cumplir con las tramposas hipotecas por falta de trabajo.

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