Resulta sorprendente el cambio de narrativa en la saga de “El Guasón” o Joker, la que había iniciado el director Todd Phillip en 2019. La nueva, “El Guasón 2” que en realidad se titula “Joker, Folie à Deux” (2024), algo así como “El Guasón, locura a dúo”, en cierta medida toma un rumbo que a muchos espectadores les ha resultado inusitado, al punto de no aceptarla como una continuación acertada de una historia, la inicial, que había abierto la esperanza de un personaje, un antihéroe, que maltratado por la sociedad e indignado por su condición, incluso llevando la voz de otros desplazados, parecía encabezar una revuelta social. Tal vez, en el momento en que aparecía la nueva versión de Joker, en efecto, la película parecía anticipar o correr simultáneamente con las revueltas sociales que se estaban dando en Latinoamérica y en otras partes contra el sistema capitalista.
Pareciera, entonces, que a “El Guasón 2”, al personaje que interpreta Joaquin Phoenix, se le hubiera quitado su carga subversiva, es decir, se le habría desnaturalizado, llevándonos al tema del loco, cuya voluntad más bien se entroncaría con la de algún peligroso terrorista antisistema, sin finalidad política más que su solo odio contra la sociedad. Y esto pasa porque “El Guasón 2” es una mezcla curiosa que inicia con una caricatura, que luego nos conecta en la cárcel donde está encerrado el antihéroe, donde conoce a una mujer que sabemos será Harley Quinn (interpretada por Lady Gaga), con la que hay una especie de amor loco. El problema radica en que, tras reorientar el “tratamiento” de Joker, insertándolo en un programa de presos que cultivan el canto, la trama de pronto incorpora lo musical. “El Guasón 2”, de este modo, se presenta como un musical.
En la forma, el filme es peculiar: la caricatura animada del inicio, que en la práctica adelanta toda la historia que veremos, además conectándonos con la anterior película, sumado al tono musical de todo el argumento, nos ponen ante un filme ecléctico, pues podría pensarse que Phillips responde ahora a los nuevos rumbos que transita la globalización y el capitalismo, esto es, un mundo donde los superhéroes, los antihéroes o los antisistema terminaron siendo caricaturas de sí mismos.
En la primera parte de “El Guasón 2” incluso la abogada que trata de salvar de un destino peor a Joker, quiere convencerlo y persuadir al juzgado que él, su cliente, es un loco: la locura, es decir, el desequilibrio o la enajenación, efectos de un entorno agresivo, excluyente, marginal, llevaría justamente a la constitución de seres que, tratando de escaparse, terminan en estados psicóticos que deben medicarse. Lo que se buscaría, en este contexto, como cura a los antisistema, es encerrarlos no en cárceles, sino en manicomios, con la consecuente asunción de la medicalización. Si había habido un cine de superhéroes y antihéroes en la época de Barack Obama, estos representativos de una sociedad que aportaba al proyecto de gobierno para mantener todo en raya, siendo policías con otro rostro para mantener al sistema de los peligros del caos proveniente del exterior, el cine contemporáneo, el de la era Joe Biden, vendría a reconocer más bien que dichos personajes también serían la causa de los desórdenes sociales. Phillips, de este modo, se juzgaría que realiza una deconstrucción de Joker, presentándolo como un solitario desencajado del sistema social.
Pero quizá valga dar un giro de tuerca a esta argumentación y también redimir a Joker y su causa. Más allá de la forma cinematográfica, oscura y gótica, que nos adentra en el imaginario y el ser interior de Joker con la expresión musical, lo que vemos es un filme cuyo discurso va entrelíneas. En la secuencia animada inicial, se aprecia la tensión entre el ser vivo, luminoso, y el ser oscuro, la sombra. Es el arquetipo de la sombra estudiado por Carl Jung: nosotros tenemos un ser oscuro, cuyas dimensiones desconocemos y que, por efecto de asumir racionalmente la polaridad del bien y del mal, reprimimos ese lado oscuro emparentándolo con el mal. Curiosamente, se nos hace ver que, en el acto público de ser afrontado (en la primera película de “El Guasón” de Phillips) por el mundo del espectáculo mediático (además de tono circense), representado entonces por el entrevistador (Robert De Niro), Joker es relevado por su sombra que se inviste de la máscara que lleva el primero, justamente de Joker, y mata al segundo.
Hemos visto, por otra parte, en las paredes del escenario animado que están colgados los retratos de viejos comediantes, o sea, personajes que también han usado alguna máscara para sus representaciones cinematográficas. Es decir, el objeto del cine, sus representaciones, siempre han sido mediante máscaras; estas vendrían a mostrar/ocultar la sombra. La magia del cine y de los espectáculos teatrales, por ejemplo, se basaría en la tensión entre el bien y el mal o, si se quiere, entre la representación de la sombra y la conciencia de sí. Esta es la cuestión de la tragedia bien descrita por Aristóteles en su tiempo.
De eso se trata “El Guasón 2”. Joker ya no quiere su máscara que habría construido y se le habría atribuido. El arquetipo de la máscara jungiana, en este contexto, es importante. Así, con el término máscara se designa a la personalidad que uno asume y tal asunción muchas veces es también por condicionamientos sociales. Por lo tanto, todos los individuos son personas en tanto tienen algún tipo de máscara. Joker no solo se habría construido una personalidad, incluso queriendo clausurar su enfermedad, el mal de la risa, que vendría a ser un trastorno de tipo neurológico, además de la marginalidad en la que cae.
En “El Guasón 2”, en el encierro, él es consciente de cómo un aspecto de la sombra de su mal le habría llevado a su situación. Él cree que la forma de salir de ello, de enfrentar a la sombra que implica su máscara, es el amor. La película, si toma el giro musical, no es para banalizar su figura emblemática, es más bien para enfatizar el lado del inconsciente: toda la representación musical en realidad se da desde el interior de su mente, haciendo que aflore la dimensión amorosa, la pasión de vida que la máscara de lo oscuro impone. El problema radica en que la sociedad misma, quienes incluso le conocen y simulan amistad (incluida Harley Quinn) quieren tenerlo siempre con la máscara asumida. La subversividad del mal debe conllevarla otro, en tanto a nosotros nos gusta aplaudirlo en tanto criminal y antisistémico.
En otras palabras, el Otro, Joker hace lo que algunos ciudadanos les gustaría hacer: expresarse con violencia, con virulencia, para luego ocultarse en el anonimato. Joker da la cara, encara y al mismo tiempo pierde su máscara. Lo que veremos pronto es la parte aterradora: el amor no lo salva, tampoco será salvado; otro tiene que tomar realmente la violencia de su máscara-sombra. Con ello, Phillips retorna, sin que nos demos cuenta, a la dimensión sociopolítica que tenía su primer Joker. De ahí la razón del subtítulo del filme: “Folie à Deux”, una condición que implicaría compartir el mismo trastorno o, mejor, compartir socialmente la idea de que la violencia es el único camino para resolver los problemas que aquejan a las urbes. En otras palabras, ¿acaso el filme no descubre que la sociedad capitalista contemporánea es psicótica en potencia?