Mientras más lo pienso concluyo que no hay revolución sin lectores. Y si se le da la vuelta al axioma no hay lector que no lleve en la cabeza una en constante ebullición, si bien las “noches se las pase de claro en claro y los días de turbio en turbio” y tirándole versos y piedras a molinos imaginarios. Dogma romántico de fe, gente revú, como un bolero de Daniel Santos lamentando ausencias irremediables barrio adentro. Cambia el color de las banderas, antes eran rojas (o rojinegras), ahora son del color que decida la asamblea bolchevique. Un día quizás serán paletas sicodélicas y las minorías (LGBT, por ejemplo) serán protagonistas. Antes los revolucionarios inventaban modas y modismos: barbas hirsutas y simbólicas melenas, pasamontañas y lírica de griot (narrador filosófico), nominación ninja de felino y chaquetas negras. Ahora son descorbatados y protocolizan legitimidad en las urnas. El alma de estos revolucionarios ya no tiene el fermento del siglo XIX, cuando el valor de la revolución se medía por el desquiciamiento de la maquinaria estatal. Piénsese en La Comuna de París.
Los rebeldes de estos días, aunque sin libritos doctrinarios, necesitan bastante lectura. Bueno, también Facebook y BlackBerry. No se trata solo de campañas ministeriales o ucases presidenciales, a diferencia del fútbol, en donde el balón busca al futbolista, acá es el lector que debe encontrar sus lecturas reconstituyentes. La Revolución Francesa de 1789 fue de lectores y hasta ponían carteles para anunciar esa condición. La de Octubre de 1917 se preocupó de crear lectores con el liderazgo de Antón Makárenko, años después se leía hasta en sitios inverosímiles. La Cubana tuvo dos lectores excepcionales Fidel y el Che. ¿Y la Revolución Ciudadana de Ecuador?
Aquello que se gana en las urnas, se pierde por bibliofobia popular y prolongada. Hay ciudades ecuatorianas donde el único librero es el que vende libros copyleft en parques y zaguanes. ¡Qué extraños revolucionarios somos! No obstante, el asalto al cielo puede ser exitoso si los CDI se convierten en centros de desarrollo intelectual con las maestras de educación inicial debidamente capacitadas y verificando resultados. Esa epopeya de ilustración debe cruzar por prekínderes, kínderes y primeros grados de las escuelas. Entonces sí, campañas de lectura, bibliotecas barriales y entrega masiva de libros. Diablos, habremos cruzado el umbral de las revoluciones respetables que en la historia de las naciones han sido.