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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

¿El fútbol es cosa solo de hombres?

16 de junio de 2014

El fútbol constituye un elemento que contribuye a la conformación de la ‘ecuatorianidad’, si así se puede llamar a la existencia de una difusa identidad nacional. Salvo pocos, hombres y mujeres estaremos pendientes de la selección ‘nacional’. Las mujeres de todos los países podremos mirar solo hombres patear el balón en la cancha. ¿Cómo se ha configurado esta exclusión de las mujeres de un deporte tan importante? ¿Por qué nos parece tan natural que las mujeres solo veamos hombres jugar el fútbol calificado como el deporte rey? ¿Cómo ha cambiado la percepción de las mujeres acerca del fútbol?

Las mujeres, sobre todo antes, veíamos con odio o indiferencia la cultura futbolera, porque como hijas o esposas habíamos sido víctimas de un desplazamiento dominical cuando se instalaba el fútbol en los hogares. Los hombres se sentían a sus anchas, monopolizaban los lugares y generaban espacios excluyentes donde se reunían a mirar o jugar entre ellos. Ahora las cosas han cambiado, vemos hinchas mujeres en los estadios, locutoras y periodistas, y un conocimiento más cabal de ellas acerca de la cultura futbolística. ¿Esto ha revertido las cosas? Para nada, solo genera una naturalización de la exclusión, que nos parezca normal que solo hombres participen de este deporte que concita la atención mundial, incluidas ahora nosotras. Solo vemos varones ir detrás de la pelota durante 90 minutos y, para ser justos, hacer jugadas tácticas y estratégicas para que ese balón termine en la portería del equipo contrario. Se argumentará que ahora también hay equipos femeninos. Sin embargo, constatamos que el fútbol de mujeres no se posiciona, ¿o alguien conoce a la goleadora del equipo femenino ecuatoriano?, ¿hay equipo de fútbol femenino ecuatoriano?

La dominación masculina ha tejido estratagemas para la construcción de esa feminidad que nosotras defendemos. Como argumenta Bourdieu, las mujeres somos cómplices de esa dominación, cuando nos alejamos de los juegos rudos, nos negamos a jugar con una pelota, no incentivamos a nuestras propias hijas a hacerlo, bajo el prejuicio de que el fútbol es cosa de hombres. Ellos, claro, se han asegurado de volver exclusivo ese espacio, rodearlo de violencia y de réditos económicos, que lo lleva a constituir un monopolio de la masculinidad.

La mitad de la población no participa enteramente del deporte central en el imaginario ecuatoriano. El fútbol está marcado por una exclusión de género. Este deporte, que cohesionaría la identidad nacional, está atravesado por la exclusión de la mitad de esa nación, o apenas con una incorporación parcial y subalterna de ella. Esto no es culpa del fútbol, apenas es un reflejo de la desigual configuración de nuestras relaciones de género.

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