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El Telégrafo
Sebastián Endara

El fracaso de la diferencia

29 de diciembre de 2022

¿Qué significa ser diferente en un mundo organizado sobre la normalidad? Los discursos de la disciplina y luego del control, siempre apuntaron al mismo lado. La diferencia en la concepción y aplicación del poder en nada modificó los objetivos de un orden y de una paz social levantadas sobre la autoproclamada idea de la civilización más avanzada de la historia de la humanidad. La generosidad y amplitud globalizada de su razón terminó imponiéndose al opuesto y funcionalizando al diferente. De hecho, el concepto de diversidad es la panacea de la diferencia funcionalizada. La sola idea de exclusión ya constituye un síntoma de este pensamiento único. ¿Exclusión de qué? Del sistema único, por supuesto.

Aceptando la libertad provista por la razón iluminista, todo da igual. Se aplana el mundo y se rompe la comunicación. Quien diría que entre los normales se podía reproducir la afasia. Si no hablamos entre nosotros no pensamos ¿Pero qué interés puede tener hablar de lo mismo? Hemos desembocado en el silencio, y los menos funcionales en el gruñido o el gemido.

La fascinación por el/la diferente no solo era su extrañeza sino en el fondo el reconocimiento de la posibilidad de otros modos de libertad, propia, auténtica, única. La sociedad liberal no es una sociedad de individuos libres en el sentido antes descrito. Pensarse libre en la sociedad de la libertad es ideología pura. ¿Qué tiene de libre actuar de la misma manera, pensar de la misma manera, sentir de la misma manera que todos? Nos decimos libres pero el trasfondo es el miedo, ahí somos iguales. La libertad es una relación que ocurre con los otros, no es una esencia que poseemos.

Si fuéramos libres quizá estaríamos buscando organizarnos de otra manera, de una que respete la diferencia. Pero no podemos y no queremos, porque sencillamente no nos pertenecemos a nosotros mismos. Si la identidad, es decir, ser quien uno quiere ser, deja de ser comprendida como el proyecto político fundacional, desembocamos en la enajenación de sí mismo y en consecuencia en la carencia profunda de libertad, una libertad que para ser no necesite de la tutela del Estado, o de la coherencia de la razón, solo de la empatía. Los “libres” buscan ser reconocidos y funcionalizados. Robustecen la ciudadanía de súbditos obedientes y enmudecen a la alteridad reclamando la justicia de un sistema estructuralmente injusto.

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