Somalia en estas semanas y, a medida que pasan los días, se convierte para el mundo, pero sobre todo para Occidente, en un lamento mediático espantoso. Las cadenas internacionales de noticias dan más espacio para relatar el drama humano a medida que la hambruna se extiende por el país. Por supuesto que es un drama humano, una perversidad más de un capitalismo globalizado y globalizante. Y parte de ese capitalismo son las grandes corporaciones mundiales de información-noticias. Estas tragedias son eventos noticiosos cuando llegan a los extremos; cuando es posible generar imágenes lo suficientemente terribles para mercantilizarlas a los compradores locales de noticias. Bien sabemos que las peores crisis de todo tipo son susceptibles de que muchos saquen rentas económicas. Y en eso existe una doble moral, por un lado exteriorizan la calamidad de un pueblo como hecho informativo y, por otro lado, pretenden causar reacciones a favor de los caídos en desgracia. Entre esos dos momentos y de acuerdo a cómo se haga, la noticia entra a un mercado de oferta y demanda englobada en generar más ganancias. Es una lógica perversa. Solo la historia nos ayuda a desenmascarar estas pretensiones de veracidad e imparcialidad. En el caso de Somalia, su pasado colonial ha sido determinante. Británicos, franceses e italianos se asentaron desde el siglo XIX y XX. Después fue víctima de la Guerra Fría. En ambos momentos se pretendió hacer de esos territorios una copia de otros modelos de sociedades con el objetivo de alcanzar el desarrollo al estilo occidental. En los últimos cuarenta años los grupos dominantes han buscado importar los modelos de justicia, democracia y Estado de Occidente y, claro, la consecuencia es que no responden a la realidad de su pueblo. En los ochenta el Fondo Monetario Internacional (FMI) intervino para “ajustar” la economía pastoral-nómada y de pequeños agricultores para que paguen su deuda externa. Impulsó programas de reasentamiento para una economía comercial, llegando a representar el 80% de los ingresos por exportaciones en 1983. Las reformas comenzaron a destruir las relaciones de intercambio monetario. La idea fue extraer recursos económicos para pagar la deuda con el Club de París. Este “ajuste estructural” del FMI impulsó la importación de granos gracias a la vieja estrategia de la Ayuda Alimentaria, la cual creció entre los 70 y 80 en 15 veces. Trigo y arroz importados -de Estados Unidos- expulsaron a los productores locales modificando radicalmente el patrón de consumo de maíz y sorgo. A esto se sumó devaluaciones continuas, recortes en el gasto social, privatizaciones, compra de armas, etc.
El resultado fue la destrucción del sistema de producción agrícola pastoril: disminución del consumo de alimentos, desestructuración del Estado, guerra civil: un Estado fallido. Eso sí las reservas de gas y uranio están bien protegidas para un futuro transnacional. Esta hambruna es estructural, resultado fiel de un perverso neoliberalismo global.