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El Telégrafo
José Gonzalo Bonilla

El fin del mundo y las humanidades

02 de diciembre de 2021

Todas las culturas conciben a la historia del ser humano de manera cíclica. Todas encierran el mito del fin del mundo. Al finalizar su ciclo vital, los individuos, de acuerdo con su comportamiento, habrían de recibir por parte de los dioses premio o castigo.

Los aztecas decían que el mundo había sido destruido con anterioridad a causa de varias catástrofes. Siempre el mundo será destruido para renacer en nuevas formas de perfección. El hinduismo concibe la idea de ciclos de creación y devastación. La mitología nórdica no se escapa a esta visión. Mitos chinos, indios y norteamericanos mantienen la idea de la renovación por medio del fuego cósmico. Y, por cierto, la tradición judeocristiana occidental no puede escapar de esta visión.

El fin del mundo en todos los casos es la manifestación de una voluntad divina en que la muerte se manifiesta como el castigo por las malas acciones de los seres humanos. En ese escenario tan sólo un grupo seleccionado podría salvarse por haber sido obediente con los preceptos y mandamientos de los dioses.

Pese a que la historia de la humanidad da cuenta de catástrofes, guerras, cataclismos y enfermedades más graves que las actuales pandemias, muchos encuentran que el fin del mundo ha comenzado.

No podemos garantizar que el fin del mundo está cerca, pero si de algo debemos estar seguros es que la crisis de la educación está llevando a la muerte de la humanidad. Parafraseando a Nietzsche diríamos que el hombre ha muerto.

La mal llamada nueva educación que descansa sobre la promoción de aquellas disciplinas concebidas como útiles y prácticas. Por lo tanto, las que no gozan de esa naturaleza, es decir, las humanidades han sido expulsadas del sistema educativo global.

Por ello, en el bachillerato se han desterrado la ética, la literatura, las artes, la lógica, la historia y la filosofía. Los decisores políticos no se dan cuenta que estas disciplinas nos hacen más humanos. El caminar erguido o no, no nos da la esencia de la hominidad.  Las humanidades o la ciencias sociales nos perfecciona como seres humanos y como seres sociales. Esto no lo aprendemos por inspiración, intuición o por instinto.

Y si hablamos de utilidad, las humanidades son sumamente útiles. Nos enseñan a entendernos y a valorarnos. A comprendernos y a comprender nuestro entorno junto con las responsabilidades que tenemos con este. Nos permiten reflexionar y proyectarnos como ciudadanos y como seres humanos.

La medicina y las ciencias de la salud contribuirán a la salida de la pandemia. Pero sin el conocimiento dado por el aporte de las humanidades, nuestro país no podrá generar y proyectar una salida a la crisis social, económica, moral y política que se requiere.

En pocos años regresaremos a ver estas dos décadas a los decisores políticos de la educación ecuatoriana para pedirles cuentas de la negligencia cometidas durante estas dos últimas décadas.

En el futuro inmediato serán millennials y centennials, que nunca recibieron una formación humanística, quienes elegirán los próximos gobernantes. Con seguridad escogerán entre los candidatos aquellos que mejor manejen las patinetas, el tiktok y sepan bailar el perreo.

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