El feminismo es un movimiento social cuya preocupación fundamental radica en el cuestionamiento de las relaciones de poder desde una perspectiva de género, pero también abarca interrogantes contra un sistema social y económico. En este sentido, por ejemplo, la obra de Bell Hooks analiza la construcción narrativa de “la mujer” desde un contexto capitalista y colonial. Es por esto que al feminismo generalmente se lo ha relacionado con lineamientos políticos de la izquierda o del progresismo.
El problema radica en que, a pesar de tener acuerdos en común, las luchas feministas, de género y LGBTQ+, históricamente han sido traicionadas por diferentes movimientos políticos tanto de izquierda como de derecha. Pero dicha traición no puede ser medida del mismo modo ya que existe un agravante en el hecho de ser o identificarse con la izquierda y traicionar las luchas de género. La comprensión de una ideología de izquierda presupone un conocimiento de las relaciones de poder y de desigualdad, y que estas relaciones de poder se profundizan en tanto no perteneces a un grupo hegemónico.
Por lo tanto, siempre me ha parecido sospechoso escuchar a un hombre hablar —en tono autoritario— sobre las luchas de género o autodeterminarse feminista. Hay una apropiación del discurso feminista para ganar réditos políticos o intelectuales. Lo que denominamos, en el coloquio diario, como “falsos aliados”.
Lo vimos con las denuncias hacia Boaventura de Sousa Santos, a inicios de año. Y lo vemos también con el último libro de Sara Ahmed, titulado Denuncia, el mismo que representa una investigación de violencia racial y sexual hacia alumnas en la Universidad de Goldsmiths en Londres, una universidad caracterizada por un intelectualismo de izquierda; de hecho, Mark Fisher, autor de Realismo Capitalista, fue uno de sus rectores.
Pedro Lemebel —en Tengo miedo Torero— describió al “macho marxista” como ese hombre tosco, rudo, incapaz de comunicar sus sentimientos. Abundan estos personajes que se han incrustado en varios estratos de poder político, académico o artístico. No obstante, considero también, que hay una esperanza de encontrar amores, compañeros o colegas con quienes sentirnos seguras, siempre con una mirada horizontal mutua.
Por último, y en el plano local, prevalecer un “proyecto político” ante la violencia de género es olvidar que lo personal también es político.