“Un fantasma se cierne sobre Europa: el fantasma del comunismo”, nos anunciaron Marx junto a su inseparable colega Engels, en el Manifiesto comunista. Lo que ellos no imaginaron fue que más pronto se desvanecería el fantasma del comunismo, como alternativa política, que el fantasma de Marx, como pensamiento teórico social.
Hoy, que celebramos 200 años de nacimiento de una figura enorme para el pensamiento occidental, se hacen múltiples eventos conmemorativos, publicaciones y valoraciones sobre la obra de este judío alemán que reflexionó bajo condiciones personales muy precarias pero que, a pesar de ello, nos dejó un legado incalculable.
Por más que disguste a liberales y conservadores, mientras exista capitalismo, Marx seguirá vigente, porque fue el teórico que desentrañó las profundas contradicciones de un sistema perverso que, por sobre el valor de uso de un bien que satisface necesidades humanas fundamentales, se impone la generación de plusvalor y una acumulación sin fin, lo cual acarrea consecuencias catastróficas en términos de desigualdad, pero también de daño irreparable a la naturaleza.
Los trabajos de Marx no son textos sagrados ni están escritos sobre piedra, por ello se han realizado críticas a su pensamiento abriendo infinidad de posiciones teóricas y dando lugar a perspectivas relacionadas con neomarxismos y posmarxismos. Así, la Escuela de Frankfurt, por ejemplo, cuestionó una cierta idolatría de la técnica como factor determinante en el desarrollo de las fuerzas productivas, manteniendo de este modo los límites de la Ilustración que confía en la noción de progreso.
Así mismo, la crítica que realiza Habermas se fundamenta en la imposibilidad de una reducción de la vida humana a la dimensión del trabajo, tal como lo proponía Marx. Desde otra perspectiva, el teórico Ernesto Laclau ha planteado que colocar a las clases y sus disputas como el último fundamento de la historia implica un reduccionismo del marxismo, pues lleva a un desconocimiento de otras posicionalidades del sujeto.
Muchas de las valoraciones que hoy se hacen de Marx han devenido en apreciaciones acerca de los regímenes inspirados en el pensamiento marxista, pero sobre ello debemos señalar, siguiendo a Poulantzas, dado que hay una distancia estructural entre la teoría y la realidad, no puede culparse a Marx por la existencia de Stalin, de la misma forma que no cabe culpar a Nietzsche por Hitler. (O)