Entre 1927 y 1935 Antonio Gramsci fue encarcelado por orden de su antiguo coideario Benito Mussolini, a quien poco le importó la inmunidad parlamentaria del diputado y Secretario General del Partido Comunista de Italia.
Paradójicamente, la intensa y sufrida vida de Gramsci, y el tiempo que pasó en prisión antes de ser trasladado al hospital donde agonizó durante los dos últimos años de su vida, le sirvieron para escribir una de las más importantes contribuciones del pensamiento crítico como son sus “Cuadernos de la cárcel”. Gramsci había nacido en Cerdeña, al sur de Italia, y vio cómo la confluencia de la Compañía de Jesús, los propietarios de la tierra y las castas militares ayudaron a construir un tipo de cultura popular y de élite que apoyaba las peores excrecencias políticas que terminaron siendo el sustento del fascismo. Después de vivir en Turín constató cómo en Italia se vivía un colonialismo interno donde la pobreza del sur daba vida a la industrialización del norte e irrigó en todo el país la propensión al fascismo. Gramsci estaba consciente de la magnánima tarea que tendría que hacer la izquierda si quería crear un modelo cultural que antagonizara con la cultura que originó el fascismo italiano. Una de sus reflexiones apuntaba a crear un estado ético que restaurara la política y eliminara la aceptación popular de la corrupción y de las peores expresiones del tradicionalismo, como sustrato de la política y de la convivencia social.
La actual política italiana muestra la vigencia de las condiciones que inspiraron el trabajo de Gramsci. El primer ministro Silvio Berlusconi combina el tradicionalismo fascista italiano y la mediatización posmoderna. Su caso es patético: magnate de las comunicaciones y empresario del fútbol, actualmente enfrenta, entre otros, un juicio por
prostitución de menores.
Estableció, además, un pacto con Kadafi para que este bloqueara el flujo de migración subsahariana hacia Italia. Los vínculos financieros que ha establecido con Libia son abrumadores y su papel, junto a Sarkozy y Obama en la guerra contra Libia, evidencia que los intereses coloniales han desplazado las legítimas demandas de democratización enarboladas por un sector de la sociedad Libia. La guerra contra Libia les permite apelar a un nacionalismo que restaure su caída popularidad. Berlusconi, quien incluso se ha vuelto compositor de música, a diferencia de Gramsci, apoya un estado estético basado en el cinismo y la pornografía, como contraparte de su agenda reaccionaria y neocolonial.