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El Telégrafo

¡Él (ella) es mi dios!

30 de octubre de 2011

Hace algunos meses conversaba con unos amigos (hombres y mujeres) sobre la adoración que a veces se da al cónyuge, es decir, sobre el amor hacia la pareja que, en ocasiones, se extralimita al punto de convertirse en una idolatría o adoración. Recientemente tomé un libro que me había obsequiado una amiga hace más de dos años y leí en uno de sus capítulos la historia de un padre que trataba de advertir a su joven hija del error que cometería casándose con un individuo abusivo y violento.

La muchacha de este relato ya había experimentado la mala conducta de su novio, pero estaba tan enamorada que no podía ver la realidad en su verdadera dimensión, por lo cual, ante los argumentos de su preocupado padre que la advertía del peligro, le gritó que su decisión estaba tomada, pues adoraba a aquel hombre. Impactado por esta exaltada respuesta, su padre le preguntó: “¿Lo adoras, hija? ¿lo adoras?, entonces… ¿es acaso él un dios para ti?”. Y ella respondió: “Sí papá, es como tú dices, él es mi dios”.

Huelga mencionar el triste y doloroso despertar de esta joven al poco tiempo de casada, pero, ¡cuántas personas (hombres y mujeres) se encuentran ahora mismo en una situación similar al de la jovencita de este relato! Nublado su raciocinio, no ven la realidad ni escuchan a nadie, pues el estado que están atravesando es como una hipnosis, anulando su capacidad de autoestima y de autodominio.

He visto casos similares varias veces en mi vida, y siempre el resultado es el mismo: hogares destrozados antes de empezar siquiera, con saldo de inocentes niños que crecerán sin saber lo que es vivir bajo el amor y cuidado de ambos padres.

Pero también hay casos de matrimonios que logran consolidarse -o al menos eso parece- en los cuales una de las partes rinde especial pleitesía a la otra, llenándola de atenciones exageradas como temiendo perderla si no lo hace.

Ubicando a su pareja en un pedestal y, en muchos casos, negándose a pensar con su propia cabeza, dependiendo de lo que la otra opine y decida. ¡Cuán frecuentes se dan estos penosos casos, que derivan en abusos de una parte hacia la otra!

La conclusión es que, aun el amor puede llegar a convertirse en instrumento negativo, cuando se desfigura en idolatría o adoración, desbaratando nuestras defensas y dejándonos vulnerables como ninguna otra fuerza podría hacerlo. Por eso debemos recordar el mandamiento de amar a Dios sobre todo y no poner dioses ajenos delante de Él, pues es el único que merece nuestra incondicional devoción.

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